Larga espera y sangre fría
El joven de Alicante que confesó haber matado a tiros a sus padres ingresa en un centro de menores
Un adolescente de 15 años de buena planta que comenzaba a descubrir lo que le ofrecía la vida. Hijo único de una familia: bien acomodada, amante de los deportes (practica judo y trial) con tres asignaturas pendientes para septiembre (notó mucho el cambio del colegio al instituto), muy tranquilo y algo introvertido. Una madre española de 43 años, traductora de francés, con la que el joven mantenía unas relaciones más que buenas, y un padre deportista de origen suizo, coleccionista de armas y fontanero, con el que compartía algunas aficiones.La aparente normalidad de esta familia-tipo, se rompió el primer día de este tórrido agosto, que además de quemar bosques abrasa mentes. El escenario, un chalé de la urbanización Los Algarrobos, en la localidad de Benijófar (Alicante). El resultado: unos padres acribillados a balazos a manos de su hijo, harto de sufrir regañinas y alguna que otra bofetada de sus progenitores, que le recriminaban su marchoso despertar de adolescente, coincidiendo con su primer noviazgo.
Llegó de madrugada, muy tarde. Sus padres estaban preocupados y se inició una de las, al parecer, habituales disputas familiares. María Isabel Merino y Oliver Jacquet marcharon al trabajo el día 1, pero antes advirtieron al joven que a su regreso "hablarían" de su falta.
Lo más probable es que la cosa hubiera quedado como en otras ocasiones: castigado a no salir de marcha por unos días. El joven quedó solo en casa, con la única compañía del perro, testigo único e inútil del crimen que se fraguaba.
C. J. M., de 15 años, dio rienda suelta a su imaginación Se sentía herido en lo más profundo humillado. Estaba "harto de que le regañaran tanto. Escogió una de las armas de la colección de su padre (una pistola del 7,65 sin licencia ni guía), y se dispuso a es perar.
10 balazos
Al mediodía llegó la madre para el almuerzo. En la misma escalera interior de la vivienda acabó con ella. Dos balazos en el cuello, y un tercer tiro de gracia en la cabeza. Más espera y mucha más sangre fría. Cuatro horas más tarde llegó el padre, que recibió en la misma cocina el resto del cargador: siete balas.
Si conmocionado estaba este tranquilo y pequeño pueblo de Benijófar (1.700 habitantes), hoy se confiesa escandalizado, y no acierta a comprender.
Era una familia normal, y hasta envidiada por lo bien que se llevaban los tres. "Daba gusto ver a padre e hijo salir los fines de semana con las motos para hacer trial", comenta ahora un vecino. "No puede ser... es increíble".
Los familiares, volcados desde el suceso en ayudar al j oven a superar el trauma de la trágica pérdida de sus padres, no saben qué pensar ahora. Tampoco quieren hablar.
Es imposible contactar con los abuelos paternos, que viven en la cercana localidad de Redován. Adolfo Merino, hermano de María Isabel y tío del parricida, continúa trabajando en el bar que antes regentaban los asesinados, pero se niega en rotundo a hablar con la prensa.
El joven, que el jueves se autoinculpó ante la Guardia Civil del asesinato de sus padres, ha sido recluido en el Centro de Menores de Godella (Valencia).
En este mismo centro o en otro similar previsiblemente permanecerá hasta que cumpla los 18 años. En 1997,, el adolescente quedará en libertad y libre de antecedentes, según establece la legislación española, por haber cometido el parricidio cuando no había cumplido la mayoría de edad penal, establecida a los 16 años. A lo largo de estos tres años, será sometido a diversas pruebas psicológicas.
Antonio Torrado, teniente coronel de la Comandacia de la Guardia Civil de Alicante, informó el viernes que el resultado de la autopsia practicada a los cuerpos de las víctimas fue clave para esclarecer el macabro suceso. El hecho de que la mujer falleciera al mediodía de ese 1 de agosto, y el hombre unas cuatro horas más tarde, les hizo "sospechar que el asesino era de la familia o alguien muy conocido, porque ningún ladrón espera en el lugar de los hechos cuatro horas para consumar un crimen así". Además, el perro no ladró, por lo que quien apretó el gatillo gozaba de la confianza del guardián de la finca.
La trayectoria seguida por los impactos de fuego (siete balazos para el padre y otros tres para la madre), determinó también que el asesino era una, persona de elevada estatura.
El cerco se iba cerrando, y cuando el jueves por la tarde los investigadores interrogaron al único hijo de la familia éste confesó el parricidio con aparente frialdad, "muy sereno y con mucha sangre fría", según la Guardia Civil.
"Sabemos que el asesino era alto y joven", le dijo un agente a C. J. nada más iniciar el interrogatorio.
Impertérrito, con la misma serenidad que presidió el sepelio de sus padres y encabezó el cortejo fúnebre por las calles del pueblo, confesó: "Fui yo".
Y comenzó su relato.
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