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Naufragio en la lechería

Los bomberos tardaron 10 horas en achicar el agua que inundó dos sótanos

Se le saltan las lágrimas. Antonio Escobar, 67 años y los últimos 42 al frente de Granja Paquita, atiende a la clientela con un "lo siento, cielo, no tengo de nada". Nada, ni siquiera las existencias del sótano, que él llama cueva: la inundación provocada anteayer por la rotura de una cañería del Canal de Isabel II ha diluido galletas, harina, azúcar... El tendero de la calle de Ponce de León, 5 (Chamberí) trata de reponerse del desastre. Sobre la rúa, los operarios han destripado el asfalto en cuatro zanjas.Los carteles mienten. "Hay pan" "nata fresca". Unos cartones de leche y poco más se han salvado del naufragio de la Granja Paquita. Hasta la cámara frigorífica de la vieja tienda ha dejado de funcionar. La leche se ha aguado, esta vez sí que sí.

"Ayer [el jueves] bajé al sótano a las siete de la mañana y vi un charquito. No era nada. Iba a recogerlo con la bayeta y se me ocurrió llamar al Canal. A las ocho estaban aquí", relata el lechero. La visita de los obreros no fue bálsamo de Fierabrás. "Los operarios comenzaron a arreglar una rotura de unos 15 centímetros, pero luego apareció otra", explican en la traída de aguas de Isabel II. "Lo que pasa es que se pone un parche a un pantalón viejo en lugar de comprar uno nuevo", dictamina un vecino dado a la parábola con las tuberías.

"Empezaron a abrir la calle y aquí la cosa iba a más", relata Antonio. El nivel del agua empezaba a subir en la cueva y el charquito se convertía en avalancha. "Mire, el agua ha subido más de dos metros. Los ladrillos aún están mojados", indica. Los bloques arcillosos rezuman humedad, y el lechero, tristeza. Sorpresa, también: "Parece cosa de magia que no quede ni un paquete, ni una botella... Quizá fueron las bombas".

El agua, casi una capa freática, inundó sin respeto este sótano y otro colindante, el de la cerrada tienda de vaqueros Cuernavaca. Incluso derribó el tabique que separaba ambos. Unos puntales metálicos soportan ahora el forjado. Las dotaciones de seis coches de bomberos tuvieron que trabajar durante diez horas, desde las dos de la tarde hasta pasada la medianoche. "Hubo que achicar mucho con bomba?, explica un portavoz del cuerpo.

El lechero nunca imaginó. que su cueva llegara a adquirir tintes venecianos. Logra reír a medias con la broma, aunque sea "el mayor disgusto" en sus cuatro décadas largas tras este mostrador de mármol.

Su hijo, Francisco, un mocetón que echó los dientes en la tienda y ahora trabaja en Renfe, calcula que en la cueva había unas 100.000 pesetas en existencias. Eso, y lo que dejarán de vender hasta el martes. Habrían sido unos días jugosos, porque la granja abre también los festivos y, además, la competencia ha echado el cierre por vacaciones. "Nos han dicho que vayamos haciendo recuento de las pérdidas y el martes vendrán los del Ayuntamiento a sacar los escombros", cuenta el padre. "Haremos un peritaje y pagaremos los daños", anuncian en el Canal.

No son sólo los comestibles. La vivienda aneja a la lechería sufre las consecuencias de la inundación. Los suelos de pasillo, comedor y habitación están hundidos. "Los técnicos nos han dicho que la estructura de la casa no está dañada, y eso que tiene más de un siglo", afirma el hijo.

Por si acaso, los expertos han apuntalado con tablones los balcones del primer piso. Eso y los cuatro grandes hoyos que dejan al desnudo las tuberías son motivo de atención en el barrio. Mientras un vecino se queja de que el Canal no le ha llevado bolsas de agua mientras dura la avería, otro dice que sí las ha podido disfrutar. El organismo aseguró que ayer por la tarde quedaba repuesto el suministro, pero la expectación callejera seguía:

"Hoy hemos tenido que Iavarnos como los gatos", comenta uno.

"Este barrio es sumasaguas"

Vacaciones obligatorias

Le Granja Paquita parecía ayer más un velatorio que una de esas tiendas capaces de apaciguar cualquier emergencia gracias a su horario y su, surtido. Los vecinos del barrio se acercaban a dar el pésame a Antonio Escobar, un tendero de los de toda la vida.Los "huy, por Dios", se alternaban con los "cómo lo siento". Y Antonio agradecía las condolencias, de paso que movía la vista por el pequeño establecimiento de baldas. sermivacías. "El género perdido casi es lo de menos", decía el hombre. Lo de más era el disgusto de haber visto su sótano (de unos 10 metros cuadrados) inundado, y la vivienda aneja al comercio (donde en tiempos vivió), con los suelos hundidos y tablones su sustituyendo el pavimento del pasillo. La cocina era la única pieza exenta del desastre.

Antonio mira las zanjas de la calle cortada al tráfico. "No pensaba cerrar en agosto, porque es un buen mes, pero tendré que tomarme vacaciones obligatorias hasta el martes".

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