Ni con Fidel ni sin él...
La diplomacia española está preocupada por la intransigencia de Castro, pero no ve posible el cambio contra su voluntad
¿Hemos sido ingenuos al intentar convencer a Fidel de la necesidad de los cambios? Tal vez. Pero la cuestión es saber si hay un cambio posible contra Castro. Y la respuesta, obviamente, es no". Esta frase de un diplomático español que sigue de cerca el caliente dossier cubano refleja la filosofia de Madrid: la del posibilismo. Convencer al comandante es difícil. Saltárselo es, lisa y llanamente, imposible, incluso hoy, con el país en crisis."Mientras Fidel esté al mando, cualquier posibilidad de inflexión política pasa por él", recalca otro diplomático. "Y a pesar de los disturbios, no hay indicios que hagan pensar que esté a punto de perder el timón. Lo que sí es cierto es que los últimos acontecimientos han dado armas a quienes dentro del régimen piensan que hay que hacer cambios que no sean sólo cosméticos para salvar la situación. Y son estos sectores los que nos piden que sigamos hablando con Castro".
"Los reformistas cubanos consideran que el sistema no permite presiones desde dentro sobre Fidel, ya que las neutralizaría", añade. "Por eso dan importancia a lo que se puede hacer desde fuera, desde países que, como España, pueden hablar directamente con él y ser escuchados".
Sobre el margen de maniobra real de estos reformistas -como Carlos Lage, presidente del Comité Estatal de Finanzas; Roberto Robaina, ministro de Asuntos Exteriores, y José Luis Rodríguez, vicepresidente del Consejo de Estado-, los responsables de la diplomacia española se declaran perplejos. "La situación es paradójica: Castro les nombra para puestos de responsabilidad, pero después no les deja actuar", subrayan. "Cuando hablamos con ellos de las reformas económicas necesarias, parecen totalmente de acuerdo. Pero después no actúan, como si tuvieran las manos atadas desde arriba". Un economista que estudió los problemas cubanos añade: "Castro no es Deng Xiaoping. El líder chino piensa que las reformas económicas son buenas para su país, para salvar el sistema, mientras el cubano cree lo contrario. Deng las impulsa, mientras Castro sólo las acepta en el último momento, cuando no hay otro remedio para evitar la catástrofe. Es decir, cuando ya es demasiado tarde para que surtan todos sus efectos".
¿Ni con Castro ni sin él tienen los males de Cuba remedio? Muchos diplomáticos españoles lo temen, pero ninguno ve una opción de recambio si se quiere facilitar una transición sin violencia. "Queremos que Cuba realice un soft landing [aterrizaje suave]", afirma un alto responsable del Palacio de Santa Cruz. "No apoyamos la política norteamericana de la olla a presión, calentando y manteniendo a la vez la tapa hasta que explote. Y lo hemos dicho en Washington cada vez que hemos podido".
Y añade: "Es una política irreflexiva: el día que explote la olla, Estados Unidos será de los primeros países salpicados. ¿Qué pasará el día que medio millón de refugiados se acerquen a las costas de Florida? Parece que el presidente Bill Clinton actúa más en función de consideraciones de política interior, para apaciguar el lobby anti-castrista, que en función de una visión de política exterior real".
Pero los acontecimientos de los últimos días parecen complicar aún más la estrategia del cambio suave. "No es que los disturbios signifiquen el desmoronamiento del régimen", subraya otro diplomático. "Pero representan un símbolo, y en política los símbolos cuentan, sobre todo en un país tan ideologizado como Cuba. Nuestra esperanza es que los disturbios ayuden al régimen a darse cuenta de que además de las dificuldades económicas existe una crisis política que hay que atacar de raíz".
Sobre las posibles formas de cambio suave los responsables de la diplomacia española desgranan escenarios. Algunos evocan el precedente nicaragüense, donde sandinistas y conservadores lograron finalmente, tras dos procesos electorales, una cohabitación aceptable. Otros imaginan algo más progresivo, tomando en cuenta que la palabra "elección" sigue siendo aparentemente revulsiva para Castro.
"Nuestra esperanza era que Castro aceptara ceder progresivamente la gestión diaria del país a los jóvenes tecnócratas ara que pusieran en marcha un proceso e reformas, mientras Fidel se quedaba en la cumbre del Estado como figura tutelar y garante de las esencias". Un esquema que es, también, el ideado tanto por los sectores más reformistas del régimen como por los más moderados del exilio. Un esquema que refuta los escenarios catastrofistas e los radicales de Miami, pero que haría que poner en marcha cuanto antes, ya que, como todos lo afirman en el Palacio de Santa Cruz, "el tiempo acucia de verdad".
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.