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Benavente: descubrimiento

El arte está, en gran parte, en hacer valer...".Atrás ya quedaron en su sitio las mantecadas de Astorga, los imperiales de La Bañeza, y a no muchos minutos en automóvil, a mano izquierda, hemos dejado en paz a la cecina de León, que el sabio Julio Caro Baroja considera "alimento de guerreros". Hemos llegado al pueblo de los feos, una pasta dulce y dura con almendras, de las que los benaventanos alardean, igual que del bacalao a lo tío, como de las ofrendas más singulares de su recital gastronómico. ¡Benavente!: cien veces, mil, dos mil, como miles y millones de españoles, hemos pasado por el Benavente encrucijada de caminos que llevan a Galicia, a Asturias y al centro y al sur de España. Y nada más. Benavente para el transeúnte son hostales y autovías y carreteras y gasolineras al pie de la colina en cuya cresta anida el cogollo de lo que fue "mi ciudad" para Fernando II y a la que Fernando II El Santo y Alfonso X El Sabio otorgaron privilegios para celebrar mercados y ferias que, hoy aun, son fotografía amarillenta de la Edad Media y espacios de compra y venta que mueven billetes con la efigie de Don Juan Carlos y del Príncipe Felipe que son vida y salud de talonarios, de tarjetas de crédito y de muchos bancos que atesoran el sudor y la paz y la esperanza de los 16.000 habitantes de esta ciudad, epicentro de una vega fértil regada por el río Órbigo, por el Esla y por el más truchero, el Tera. Todos los jueves del año se hace en Benavente un mercado regional de ganados al que acuden tratantes de toda la comarca y hasta de más allá de Castilla y León; y de toda la redondada vienen patatas al mercado de la plaza de las patatas; y las frutas a la plaza correspondiente; y lechugas y alubias a su mercado propio; y al rastrillo acuden tenderos con sus ropas y calzados; el jueves Benavente duplica, o poco menos, su población y se convierte en teatro barroco y realista. Los benaventanos viven de la ganadería, de la agricultura de sus tierras regadas con mucha generosidad y de una azucarera muy importante y de una cooperativa de remolacheros y del Ayuntamiento que emplea a 80 personas, y del pequeño comercio; rentistas también hay...

Los benaventanos son gente muy abierta. No es posible dudarlo: "Es fácil hacer amigos", asegura Mónica, una deliciosa joven que trabaja en Los Vaqueros, boutique de modas. Hay otras, y hay muchos, muchos, pubs, como El Soportal y Distrito que cortejan a la iglesia de Santa María en la plaza Onésimo Redondo, centro geométrico del poblado, desde donde se alcanza la calle de la Rua, pulmón comercial, abigarrado y simpático de Benavente, de quien parece que los zamoranos, por tirria, inventaron el dicho que ha corrido el mapa de España, y que dice: "Benavente, buena villa y mala gente". "¡Alto!", responden los nativos: "El que eso dice, miente; si buena es la villa mejor es la gente". Toda la modernidad del día bulle en Benavente, sobre todo a la caída de la tarde; en la calle Doctor Castro, un pub se llama Harlem, una cafetería Lord Byron, otro pub se titula Époka, con k; no lejos, en la calle Santi-Spiritus, otro pub se llama Desmarke, con k igualmente; al lado la panadería Arte-Pan, despacha pan cocido con leña de Manganeses de la Polvorosa, y en plena zona de copeo bailan 20 jóvenes, chicos y chicas de la Iglesia Evangelista de Barcelona; dicen que en Benavente también hay un grupo; un señor se acerca y nos da un librito chiquitín y nos anuncia, "es el Evangelio de Juan"; en esta ciudad también hay protestantes, una docena de parejas de Testigos de Jehová y hace algún tiempo aposentaron aquí los mormones, pero ya abandonaron su catequesis. Es gracioso caminar por calles de este pueblo; la construcción es un mapa de la anarquía: es y no es; un artista del lugar dice que "nada es igual"; y otro señor, a cambio de que no lo nombremos, dice que "Benavente es ficticio". En la librería Alfonso escuchamos a un cliente, "aquí no se ha conservado, somos destructores. Eso se nota, pero Benavente existe".

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