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Culebrón de agosto

Señor director del Parque Zoológico Madrid

Muy señor mío:

El que, suscribe, Secundino-¿Severo Alegre Bermejo (mi padrino llegó al bautizo chistosillo y con una turca memorable), de 50 años, casado, natural de Albacete, residente en Madrid, experto en perplejidades, a usted, con escéptica esperanza, manifiesta:

Que estoy hasta más abajo del ombligo de mi señora y de los culebrones. En el fondo -dicho sea con sincero cinismo- son la misma cosa, porque la parienta es una víbora de cuidado, como su madre, que Dios tenga en su gloria y allí la conserve por siempre amén. Yo, señor, soy rectilíneo; Remedios (así se llama mi propia), reptilínea. Este año la he mandado de vacaciones a su pueblo; yo me permanezco en Madrid más solo que la una y más contento que un diez. Esta ciudad, en agosto, es vida, dulzura y esperanza de que aparezca una buena palometa (también llamada japuta) para alegrar mis siestas. Tengo una teoría quizá le sirva a usted y a otros ciudadano igualmente estoicos: si voy con la bicha, me divierto la mitad y gasto el doble; si estoy solo, me divierto el doble, o más, y gasto la mitad. Es decir, que lo tengo muy claro, señor mío.

Meditando sosegadamente en mi cubículo, me susurré al oído: "Secundino-Severo, la ocasión la pintan calva, como tú mismo. Aprovecha la ausencia de la boa y diseña un sabotaje conyugal. Remedios te atiborra de culebrones durante todo el año; bien mereces tú ser protagonista de uno de ellos, al menos en agosto". Como usted sabe, el antídoto de todo veneno está confeccionado con dosis de lo mismo. Contra culebrón, culebronazo.

Dicho y hecho. Me he montado aventuras pasajerás que para sí quisieran Luis-Alfredo y sus secuaces. La envidia se ha encargado de ponerme motes lascivos no carentes de fundamento: el Castigador de Estrecho, el Guapo de Embajadores, el Buitre de la Castellana, el Chulín de la Gran Vía, el Zorro del Parque del Oeste. Y otros apodos de cuyo nombre no quiero acordarme por pudor y para no encabritara algunos astados. Mas no piense usted que los amores me hacen perder el seso (ni siquiera, ay, el sexo). Propendo, más bien, a los amoríos. Los amores acaban saliendo caros. Y hacen daño, y dan pena, y se acaba por jurar. En cuanto a los amoríos, a mí lo que de verdad me, gusta son los pezones y su entorno.

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Las glándulas mamarias, señor, se dividen en tres familias, a saber, meloneras, limoneras y cebolleras. Las meloneras se te escapan de las manos; las limoneras, aunque prietas y levantiscas, se quedan cortas; las cebolleras son aquellas con las que te topas en tu casa, y al verlas te pones a llorar. Éste es mi caso. Por eso pretendo ahora resarcirme.

Pero cuando ella vuelva se va a montar la de San Quintín. Y es aquí donde ruego a usted que intervenga como jefe de una casa de fieras tan reputada.

Por una cantidad que podemos estipular en secreto, yo le cedo a mi culebrona con sus ídolos televisivos. Usted los expone a la consideración de los visitantes del zoo. Eso sí, trátela con cariño, que es mi jamona. A ella debo esta facilidad mía para cambiar de camisa, arrastrarme por los pantanos de la lujuria y estar más escamado que un lagarto. En cuanto a los culebrones, échelos al fondo de reptiles y conviértalos en prisión de los orangutanes y de más primates.

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