Un placer solitario
Al madrileño ya sólo le quedan un par de placeres solitarios: ése y la laguna de los Pájaros. Mientras que en la laguna de Peñalara hay que abrirse paso a codazos para instalarse sobre un metro cuadrado de pasto, raro es el día que coinciden tres excursionistas junto a las aguas siempre gélidas y calmosas de aquélla. Dos horas y media de marcha hacen la diferencia. Es lo que se tarda en peregrinar hasta dicho santuario y es lo que ningún dominguero está, dispuesto a aceptar: que, entre pitos y flautas, la mañana no alcance para regresar al puerto de Cotos a tiempo de despacharse unas chuletillas en Venta Marcelino.Para evitar acompañantes ricos en colesterol, lo suyo es echarse a andar por el camino que arranca a la derecha de la cafetería Zabala antes de que arrecien los chuleteros. A las diez, por ejemplo, están la mayoría atascados en la carretera de La Coruña.
Pero como la senda en cuestión constituye una auténtica autovía serrana -asaz concurrida y con surtidor de agua pura mediado el primer kilómetro-, habrá que extremar más aún las precauciones y desviarse por la pista de la Pradera, que no es otra cosa que un pasillo talado en la ladera de Dos Hermanas para lucimiento de los esquiadores.
Idéntico propósito tiene el bar que se encuentra en lo alto de la pista -sin duda, el más top de la región-, pero aquí la intromisión hostelero-deportiva se disculpa por las vistas que depara la terraza: del valle de Lozoya, de Cabezas de Hierro y de Cuerda Larga al completo. No obstante, para gozar de una panorámica total habrá que aguardar todavía unos minutos y proseguir el ascenso por la trocha que zigzaguea entre el piornal hasta la cima de Dos Hermanas, y desde ella, por el pedregoso cordal, hasta la de Peñalara. Lejos ya de los senderos trillados y de los artefactos erigidos para satisfacer la adicción a la nieve -telesillas, telearrastres y demás telebasura-, la montaña recupera su semblante primordial, el mismo que desveló para la posteridad el catedrático naturalista don Félix Gila el 13 de agosto de 1890. El mismo que, tres lustros más tarde, inspiraba al dicharachero Bernaldo de Quirós esta deliciosa monserga: "Ésta es la más alta cumbre de la cordillera, columna vertebral de España, que, en la constitución del macizo peninsular, es y aparece como la porción más antigua y resistente y el centro de agrupación -lo mismo, pues, que en lo político y lo social- a que se unieron después levantamientos posteriores. Dos mil cuatrocientos cinco metros sobre el mar es la altura a que la cumbre se levanta [en realidad, 2.428]; pero, además de la altitud, ella señorea sobre la cordillera por su gentil elegancia y aun por el bello nombre que lleva, claro y señorial como un título de duque".
Dicho esto, Bernaldo echaba un vistazo en derredor ("Desde la cima se disfruta un panorama, ilimitado, de las dos Castillas. Soberbios montes agrupados en rígidas actitudes -Siete Picos, Montón de Trigo, la Peñota- cierran la perspectiva del lado del mediodía") y se bajaba a cenar unos judiones a Valsaín por la vertiente segoviana, mansa como una vaca lechera. Alguien ha comparado el tránsito por el filo rocoso de los Claveles con la acción de caminar por un tejado. La diferencia es que aquí el viento embiste como loco, el gneis resbala a las primeras gotas de lluvia y la altura es de cincuenta pisos.
Pero no hay por qué ponerse dramáticos. La laguna de los Pájaros aguarda más allá del vértigo, al pie de una pedriza, en una estratégica terraza, entre jugosas praderas, fundiéndose con el firmamento en la orilla de oriente. Y, por supuesto, sin chuleteros en la costa.
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