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Reportaje:

Un amargo despertar

Las tres repúblicas bálticas tratan, a ritmo desigual, de acomodarse a la economía occidental

La Constitución letona ha resuelto de un plumazo uno de los grandes problemas de las economías occidentales: está absolutamente prohibido el déficit público. Lo que no le está resultando tan fácil a ninguna de las tres repúblicas bálticas -Estonia, Letonia y Lituania- es acomodarse al ritmo occidental después de la independencia obtenida como consecuencia de la descomposición de la URSS. A los serios obstáculos puramente políticos -formar tres nuevos Estados en los que cohabiten nacionalidades, religiones y culturas dispares- se les une una economía que da la impresión de haberse mantenido congelada durante los últimos veinte años, debido a su total dependencia de Moscú. Sin embargo, el proceso de adaptación a la nueva situación no está teniendo la misma intensidad en cada uno de los Estados bálticos, a pesar de que los tres firmarán hoy con la Unión Europea el acuerdo que abre las puertas al libre comercio con los Doce.

Rígido control monetario

Estonia, la república situada más al norte de las tres, está claramente influida por los países escandinavos. Ello ha provocado que sea la que con más velocidad se está acomodando a las exigencias del mercado occidental. El síntoma más evidente de esta adaptación es la rapidez con la que está acometiendo el proceso de privatización."Hemos privatizado o empezado a tramitar la privatización de un 90% de lo previsto. Y esperamos alcanzar el 100% en un año", señala Väino Sarnet, director general de la Estonian Privatization Agency. En este proceso han participado empresas suecas (Ericsson, Svensson, Kellermann, Svenska Tobaks o Felix), estadounidenses (Pepsico, Coca Cola o Atlantic Veneer Corporation), finlandesas (Cultor, Atlas Nordic Cement o Paulig) o alemanas (Deutsche Babcock Group).

Al sur de Estonia, las autoridades letonas han decidido ralentizar el proceso de privatización e imponer un durísimo plan de estabilización. Un estricto control de cambios (dos lats son un dólar) ha conseguido rebajar la inflación -en 1992 estaba en el 950%, mientras que 1993 se cerró con el 100%-, pero ha abierto una profunda dualidad en la sociedad letona. Modestos vehículos de fabricación polaca circulan junto a impresionantes Mercedes, como consecuencia del efecto de la economía sumergida que funciona a todo trapo tanto en esta república como en sus vecinas del Norte y el Sur.

Su capital, Riga, se ha convertido, no obstante, en el punto de referencia para cualquier inversor interesado en introducirse en la región. El gran problema letón es el conflicto del acceso a la nacionalidad de los rusos establecidos en el país después de la ocupación soviética, que son prácticamente el 40% de la población.

Lituania -de las tres repúblicas bálticas la que está situada más al Sur- es en la que se percibe de una manera más palpable la intensa relación comercial con Rusia. Al igual que Letonia, ha puesto en práctica un estricto control de los precios y una durísima paridad monetaria. Un dólar se cambia por cuatro litas, la nueva divisa local. Las autoridades lituanas confían en que la creación de dos zonas francas faciliten su recuperación económica. Una de esas zonas francas se situará en el antiguo aeropuerto militar de Sianlai, considerado el mayor de Europa del Este. La segunda se establecerá en torno al puerto de Klaipeda. En contra de lo que ocurre con sus vecinas del Norte, Lituania todavía no ha emprendido con firmeza el camino de la privatización. Sin embargo, es la única de las tres que ha firmado con España dos acuerdos -sobre transporte y protección de inversiones- que allanan el camino para posibles aventuras empresariales.

Ventajas e inconvenientes

A favor de esas aventuras juegan principalmente tres factores: la mano de obra, la localización y la capacidad de desarrollo. Las tres repúblicas bálticas, ofrecen una mano de obra barata y, por lo general, con bastante preparación técnica. Esta peculiaridad ya ha sido aprovechada por los inversores escandinavos, que han trasladado, sobre todo a Estonia, un buen número de fábricas. Además, Estonia, Letonia y Lituania -que ya de por sí ofrecen un mercado casi virgen- pueden ser un buen centro de operaciones para aquellos que quieran penetrar tanto en el Este como en Escandinavia.Sin embargo, no todo es color de rosa. Los inconvenientes también son claros. En primer lugar, las monedas, sobre todo la letona y la lituana, están sobrevaluadas, lo cual supone un fortísimo perjuicio a medio y largo plazo para cualquier inversor que tenga su mirada puesta en un mercado abierto y competitivo.

En segundo, hay evidentes problemas políticos y sociales, como la situación de los rusohablantes o la existencia de potentes mafias económicas. Estos grupos organizados pueden llegar a cobrar más de un 10% de los beneficios de una empresa, según confiesa uno de los pocos inversores españoles que se han instalado en las repúblicas bálticas. Por último, el acceso físico, tanto de personas como de mercancías, aún no es fácil, aunque está en proyecto la llamada Vía Báltica, una autopista que unirá Helsinki (Finlandia) con Varsovia (Polonia).

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