Incertidumbres napolitanas
LA CUMBRE de los siete grandes -que son ya ocho con la incorporación, al menos parcial de Rusia- ha concluido en Nápoles con algún acuerdo, ciertas certezas y muchas incertidumbres. Este borrascoso fin de siglo está deparando al mundo tantas turbulencias que comienza ya a parecer un logro que cualquier foro multilateral se ponga de acuerdo en algo. En Nápoles ha habido consenso sobre los peligros que acechan a la seguridad mundial, desde Corea del Norte y la guerra de los Balcanes a las convulsiones del sistema financiero y a la bomba social que supone el desempleo estructural que se ha creado en los países desarrollados.Y todos han querido lanzar un mensaje de confianza a sus electores, conscientes de que las sociedades de sarrolladas están sumidas en cierto pesimismo que no corresponde ya a la situación macroeconómica, pero que es difícil remontar con los mensajes tecnocráticos y economicistas habituales en estas reuniones. El intento de esta cumbre de poderosos de acercarse a las preocupaciones de los ciudadanos es, sin duda, positivo. Otra cuestión es que vaya a tener los efectos deseados.
Siempre es más fácil coincidir en los diagnósticos que en las terapias. Así ha sido, una vez más, en esta ocasión. Los siete han coincidido en que la economía mundial se halla ya en un proceso de franca recuperación, que se comprometen a fortalecer sin que la inflación ponga en peligro el proceso. Confirman su firme compromiso con la ratificación de la Ronda Uruguay como instrumento para el desmantelamiento de barreras comerciales. Y algunos, especialmente EE UU, abogan por un rápido desarrollo de la misma en una especie de nueva ronda para incorporar al sector servicios esta liberalización y evitar que las disputas puntuales entre países acaben neutralizando parte de los avances del Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio (GATT). Japón y Francia se han perfilado como los principales adversarios de esta estrategia.
También han estado de acuerdo en que el desempleo (35 millones de personas afectadas en los países miembros de la OCDE, 24 millones en los siete grandes) es un problema que afecta a la seguridad y a la viabilidad democrática de las sociedades desarrolladas. Incluso en que la creación de empleo, que esta recuperación económica no traerá por sí misma como sucedía en el pasado, ha de ser estimulada con medidas de desregulación y de flexibilización del mercado laboral.
No han logrado, sin embargo, acuerdo alguno sobre una política coordinada para hacer frente a la actual debilidad del dólar. El presidente norteamericano, Bill Clinton, no ve en la actual situación del dólar un problema tan serio como otros participantes en el Grupo de los Siete (G-7), y mucho menos considera necesario intervenir. Tampoco estaría muy clara la forma que debería adoptar esa intervención para que no fracasara.
A esas dudas sobre el modo eficaz de afrontar el problema se debe, seguramente, que la situación del dólar en las últimas semanas no haya recibido la más mínima mención en el comunicado final, a pesar de que los mercados financieros habían confiado firmemente en que fuera un asunto prioritario de la cumbre. Los siete grandes parecen opinar que no pueden sino dejar que los mercados actúen por su cuenta y que no hay viabilidad para una acción conjunta eficaz para reforzar el dólar. Hoy, sin duda, los mercados financieros darán su primera respuesta a esta postura de los reunidos en Nápoles.
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