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Tribuna:MUNDIAL 94
Tribuna
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Degollados entre la niebla

A España le faltó altanería para luchar contra el destino transfigurado en Salinas

La mañana apareció con niebla y una temperatura por debajo de lo normal. Recordaba otra mañana futbolística importante de hace 16 años en el Mundial de Argentina. Entonces, recorríamos en un tren muy negro una extensión de pastos y vacas adormecidas en un paisaje borroso. Hoy tampoco se veía muy claro el porvenir. Era necesario ganar a Italia como entonces era imprescindible ganar a Brasil. En una y otra ocasión necesitábamos un gol redondo y tanto en una como en otra oportunidad el gol se dibujó perfectamente en el fondo del ojo, antes de que llegara al fondo de la portería. Efectivamente la pelota nunca llegó allí, donde ya había llegado la verdad del deseo. La mentira de lo real fue de nuevo la receta que marcó el último silbido.Cardeñosa dejó para siempre a la afición con el estigma de que eramos unos desgraciados. Nunca fue posible entender cómo no chutó ante una portería vacía. Desde entonces no volvió a jugar con la selección. Más que como una represalia, lo que desearon las autoridades con su ausencia fue favorecer la idea de que él era el único culpable del desatino y no era el destino el responsable de nuestro mal. El destino estaba esperando su turno para explicarse más claramente. Esta vez escogió a un hombre imprevisible y atolondrado. Tomó en sus manos la efigie de Salinas como máxima representación de lo arbitrario y machacó la sentencia. Salinas tampoco pudo marcar.

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Decidió una acción

La derrota de entonces contra Brasil conllevaba el consuelo de su superioridad y esa razón podía invocarse como un lenitivo. La derrota frente a Italia, sin embargo, es impía, porque añade un dolor venenoso. Esta es una desdicha agresiva contra la que es preciso pelear rencorosamente. Es por eso una adversidad sin cura. Sólo otro acto futuro de sentido inverso podría aliviar la patología con la que ahora abandonamos el campeonato. En esta sala de prensa, media hora después de finalizar el encuentro, se ve a Michel paseando como un alma en pena. Sigue pensando que sus compañeros merecían haber jugado con mayor ambición.

¿Hay que volver a ilusionarse? Probablemente nunca ha existido una razón mejor. Nunca antes dispuso España de tan extensa y poderosa generación de deportistas. En tenis, en ciclismo, pero también en fútbol. La diferencia aquí es que el entrenador y probablemente sus jefes han creído menos en la transfiguración que en la fatalidad. Han creído más en la reencarnación del pretérito que en la carne fresca. Nunca antes se había dispuesto de tan amplia nómina de jugadores jóvenes de alta clase. El éxito en los Juegos Olímpicos de hace dos años puede tenerse como un signo de esta capacidad que no ha sido explotada. En esta sala de prensa, habilitada bajo una carpa de plástico, se distingue a los vencedores y a los vencidos. Los perdedores llevan la boca torcida, los ganadores son obscenos. Las apalabras de Clemente retumban también en los monitores de este espacio, repitiendo que hemos controlado el partido y hemos sido desdichados. Algo habrá que hacer en la historia del equipo nacional para que no siga siendo la señal de una insuperable decadencia. Ahora que habla Arrigo Sacchi en la pantalla y elogia el juego español, nos asalta la envidia de esta galantería sin esfuerzo. No tiene el inconveniente en declararse doblemente feliz. Porque los planteamientos le fueron bien y porque el destino le regaló la victoria. Contra el destino a España le faltó altanería. Dice Caminero en la televisión que jugaron para que4talia se cansara y vencerla de este modo. Despilfarrar el pensamiento y la acción con esas argucias resta mentalidad para construir un porvenir mejor. Los italianos eran un 70% del estadio de Foxboro con aspecto de palenque para el ganado. De no haber vencido, los a5cionados y la Federación Italiana habrían decapitado a Arrigo Sacchi. Nosotros salimos degollados.

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