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El desertor heroico

Rosa Montero

Dice la escritora Agatha Christie en su interesante autobiografía que la guerra es algo obsoleto que ha dejado de ser útil para el ser humano. Que hubo un tiempo más elemental en el que pudo jugar un papel importante en la supervivencia de los pueblos, pero que ahora ya no nos sirve para nada; ahora, explica atinadamente, las guerras las pierden tanto los vencedores como los vencidos.Sin duda es cierto que en esta sociedad de comunicaciones instantáneas la guerra ha perdido su disfraz épico, su camuflaje heroico. Antes las miserias indecibles de la contienda quedaban sepultadas en la concienca de los supervivientes; hoy nos vienen servidas en la primera página de los periódicos. No hay redoble de tambor capaz de acallar los llantos que nos llegan a través de las televisiones. La guerra es algo sucio, indigno y repugnante. La carnicería de la ex Yugoslavia, por ejemplo, es una escuela pública de los horrores bélicos. No es de extranar que aumente en todo el mundo occidental la conciencia pacifista. Y que en España haya una catarata de objetores y un frente de insumisos. Tengo el optimismo de pensar que ellos son la avanzadilla de la sociedad futura; que la conciencia social está cambiando y que cada día es más difícil de vender el engaño guerrero. Los, ejércitos del próximo futuro deberían ser sólo fuerzas de pacificación, cascos azules.

Pero las viejas rutinas mentales, sin embargo, siguen aún gobernándonos la vida. Por eso la palabra desertor continúa teniendo unas connotaciones peyorativas: un desertor es un cobarde, un irresponsable, un tipo insolidario. Y, sin embargo, ¡cuánto valor y cuánta entereza moral han tenido que tener los más de 300.000 desertores, hombres y mujeres, que han abandonado los tres ejércitos de la ex Yugoslavia desde el comienzo de la guerra. Verán, allí la movilización es forzosa para todos los hombres entre los 16 y los 65 años, y hay batallones de mujeres de menos de 45. A todos nosotros, pues, o casi todos, de ser bosnios, o serbios, o croatas, se nos habría puesto un fusil en las manos y se nos habría ordenado matar, violar, degollar, quemar. Muchos lo hacen y lo hicieron; pero más de 300.000 personas se negaron.Les han perseguido como a perros rabiosos, han confiscado los bienes de sus familias. Alcanzaron, después de penosas peripecias, los países limítrofes. Pero la Europa comunitaria, que tanto dice preocuparse por las matanzas de la ex Yugoslavia, no concede estatuto de refugiado a los desertores, los trata como a criminales, los deporta. Debe de ser el peso de la rutina, la influencia tradicional de los ejércitos. Tal vez teman reconocer que, a menudo, la deserción es la única postura honorable. Que el héroe de las guerras modernas no es el militar, sino el que huye.

En el pasado mes de octubre, el Parlamento Europeo emitió una resolución pidiendo a los países miembros que concedieran un estatuto jurídico a los desertores de la antigua Yugoslavia; pero han pasado los meses y no se ha hecho nada. Ahora, una serie de organizaciones internacionales han comenzado una campaña para recoger un millón de firmas en toda Europa en apoyo de esta medida. En España hay que conseguir 100.000 antes de finales del verano; para participar se puede llamar a la Asociación Pro Derechos Humanos de Madrid (teléfono 91 / 402 23 12, fax 91 / 402 94 99). También se necesita dinero: 100 pesetas por firma, por lo menos, que pueden depositarse en la cuenta 6000 525-080 de Caja Madrid, Sucursal 1728. No es pedir demasiado en apoyo de un gesto que nos engrandece a los humanos y que consiste en negarse a obedecer una. orden abyecta.

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