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El préstamo

La historia del préstamo sucedió en Madrid el 29 de junio y fue vivida por ciudadanos madrileños dentro de una entidad bancaria sita en la capital del reino.Los ciudadanos se reunían para constituir un préstamo hipotecario y eran tres, sentados alrededor de una mesa: el inflexible apoderado del banco, el recto notario y el ciudadano perplejo.

Previamente el ciudadano perplejo había entregado a empleados de menor escala su DNI, su NIF, su escritura de propiedad del piso, su seguro de incendios y otros cataclismos extendido a favor del banco, su seguro de vida con igual beneficiario, su certificado de divorcio, sus nóminas, sus liquidaciones de la renta, sus manos limpias, sus calzoncillos en perfecto estado de revista, todo lo cual fue examinado con lupa y le franqueó su presencia ante el inflexible apoderado y el recto notario como sujeto libre de sospecha, sólo por unos momentos y sin que sirviera de precedente.

El recto notario procedió a leer los 17 folios de la escritura de préstamo. El piso hipotecado -susurró- valía cuatro veces más que el préstamo hipotecario, y el ciudadano perplejo se comprometía a devolverlo en X años. Eso ocupaba un cuarto de folio. El resto detallaba cuantas garantías se reservaba el banco para cobrar la deuda o embargar el piso hipotecado y todas las obligaciones que, en consecuencia, asumía el ciudadano perplejo y prestatario, tanto en lo concerniente al pago como a la perfecta conservación del piso. El ciudadano perplejo asentía para que los otros reunidos advirtieran que, dentro de su imbecilidad congénita y su culpabilidad manifiesta, llegaba a entender lo que le decían y tenía propósito de enmienda. Agotados los supuestos, el documento notarial resumía en frase apoteósica cuál había de ser el comportamiento del ciudadano perplejo respecto a su piso: "Lo cuidará con la diligencia con que un padre de familia se preocupa de sus hijos...". "Enterado", musitó el ciudadano perplejo; "le tengo que comprar al piso una videoconsola y una moto".

El inflexible apoderado intervino para informar: "Tendrá el préstamo pasado mañana, 1 de julio, pues la transferencia tarda dos días". " Entonces", dio por supuesto el ciudadano perplejo, "el primer vencimiento será el 31 de julio". "¡Ah, no!", advirtió el, inflexible apoderado; "el primer vencimiento es mañana, día 30, con los intereses correspondientes a estos dos días". "¡Pero oiga!" -el ciudadano perplejo ya empezaba a amostazarse-, "¿cómo me van a cobrar intereses por un préstamo que no he recibido?". "Son las normas", explicó el inflexible apoderado.

El recto notario descubrió entonces una laguna: al ciudadano perplejo le faltaba un trámite registral. Nada grave, pero el préstamo -calculó de consuno con el inflexible apoderado- no podría hacerse efectivo hasta pasada una semana; aproximadamente, el 7 de julio, san Fermín.' El ciudadano perplejo estaba de acuerdo (y si en desacuerdo, le habría dado lo mismo), mas quiso precisar la situación: "Si recibo el préstamo el 7 de julio, lógicamente el 31 de julio será el primer vencimiento. "¡Ni mucho menos!", atajó el inflexible apoderado. "Repito que usted empieza a pagar intereses y amortizar el préstamo desde hoy mismo; y si se pone moroso, se le penalizará con el 24% de la mora". El espíritu de Kafka se agitaba estremecido por la reunión, y el ciudadano perplejo, a punto ya de sufrir una alferecía, exclamó: "¿Cómo se concibe, salvo caso de usura, que haya de pagar nueve días de intereses por un dinero que no he recibido?". El rostro del inflexible apoderado adquirió un rictus siniestro y respondió: "Son las normas".

Esto sucedió el 29 de junio en una entidad bancaria madrileña. Cualquier parecido que se encuentre con inflexibles apoderados, rectos notarios y ciudadanos perplejos responderá a la más estricta realidad.

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