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Tribuna
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Otro cachivache

Solo, solo, sin paz y quebrado por enfermedad y la desdicha acaba morir en Barcelona Esteban Pinilla de las Heras, uno de los grandes sociólogos que ha tenido, España, discípulo de Touraine, autodidacto, cabeza cortada a la alemana, tímido escritor que hubo de competir en algún Premio Nadal y cuyos relatos, publicados por Luis de Caralt -editor también de una historia de la literatura rusa traducida por el propio Pinilla, insólita y fascinante según cuenta Laureano Bonet, el más eficaz rastreador de las generaciones del cuarenta y del cincuenta-, son muy difíciles de encontrar. Hará un año conversamos. Conversación difícil, penosa: yo no tenía más objetivo que atrapar un fragmento de memoria que se iba. Él no tenía otro que acabar de una puñetera vez con todo esto. Vi un hombre en el centro de lago helado: su adhesión al manifiesto de los 2.300 en defensa de la lengua castellana le había costado muy cara. Otros marcharon de Cataluña. Pinilla se quedó. Enmudecido y perplejo.Casi nadie sabe que ha muerto. Ni en España ni tampoco en Suramérica, donde tenía un prestigio muy sólido. Cualquier necrológica ha de tener su pechuga conceptual: así está escrito en la estilística. En este caso, no hay espacio ni tiempo; en este caso, pregunta conceptual es saber cómo ha podido morirse un hombre de su talla y de su influencia sin casi una sola línea en los periódicos, apenas un artículo de Salvador Giner, exacto y pedagógico, donde sitúa a Pinilla y obra El empresario catalán en su lugar, es decir, en el umbral de la nueva sociología española. Desgarrado, siempre en la compañía moral de Unamuno y Dostoievski -tan poco recomendables cuando la vida no es un mero pase de salón- Pinilla ha muerto y la estrategia de la desmemoria continúa en plena forma, despeñando presuntos cachivaches por los acantilados d olvido.

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