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La modelo que se cortó la melena

Carmen González, de 62 años, es la decana de las 'top models' madrileñas

En 1955, hace 39 años, la revista Teresa publicaba un reportaje dedicado a las ocho maniquíes más prestigiosas del momento. Todas ellas superaban los 170 centímetros de estatura y sus medidas se acercaban a lo que todavía hoy se considera como la perfección en el mundo de la alta costura: 90-60-90.Carmen Gómez Carrió, una de las maniquíes seleccionadas, sobresalía no sólo por ser la más alta (1,75 metros) y por su cintura de avispa (52 centímetros), sino por ser la primera que se atrevió a deshacerse radicalmente de su melena para adoptar el estilo garçon. Este enfrentamiento con los cánones de belleza establecidos atrajo la admiración de los modistas españoles, que la bautizaron como la Audrey Hepburn de la moda.

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Ella nunca se había imaginado que pudiera llegar a ser maniquí, pero un encuentro providencial en el autobús número 5, cuando se dirigía a su casa en la calle de Alonso Cano, la llevó cuando apenas había cumplido 21 años a una prestigiosa casa de alta costura, Emanuel, situada en la calle de Cedaceros. Aquí le enseñaron a moverse y poco más, porque sus medidas eran garantía más que suficiente para satisfacer a las firmas más prestigiosas. Su delgadez y su lánguido estilo recordaban a Juliette Greco, por lo que fue conocida también con el seudónimo de La Existencialista.

Los salones del Ritz y Palace, escenarios de las más exquisitas pasarelas de la alta costura madrileña, fueron testigos de los éxitos que Carmen Gómez cosechó durante los cinco años (1953-1958) durante los que trabajo en exclusiva para el modista Pedro Rodríguez, que junto a Balenciaga y Pertegaz abrió el camino internacional a la moda española.

Cualquier modelo actual con ese currículo nadaría en la abundancia, pero Carmen Gómez, que tiene ahora 62 años, recuerda que el sueldo de las modelos no superaba el de una secretaria y que su horario se parecía más al de cualquier funcionario que al de una estrella. Su trabajo consistía en pasar las colecciones cuando llegaba la adinerada clientela que frecuentaba este tipo de tiendas. "Una de las más habituales", cuenta Carmen, "era la condesa de Romanones. Todas las clientas eran de este nivel. La moda -entoces no había prêt-à-porter- era un lujo fuera del alcance de la mayoría de las españolas, que no podía permitirse pagar las 30.000 pesetas que costaban esos diseños en un Madrid en el que todavía se pasaba hambre".

Desde su modesta y pequeña casa del barrio de la Concepción, Carmen recuerda las fiestas en los chalés con piscina de las afueras de Madrid y los bailes en las boîtes de la Gran Vía, donde la presencia de las maniquíes era imprescindible para poner un toque de elegancia al lujo enmoquetado y sombrío de la jet-set de los cincuenta. Reconoce que la belleza le permitió acceder a un mundo inalcanzable para su nivel económico, pero asegura: "Antes había menos culto a la belleza y se era menos consciente de su poder".

A pesar de su belleza nunca estudió la posibilidad de dedicarse al cine como hacen muchas modelos. "Teníamos la idea de que las artistas de cine eran vulgares. Nosotras nos considerábamos superiores".

En vez del millonario de turno, Carmen no quiso renunciar al amor y abandonó su profesión para casarse con un pintor canadiense, padre de sus dos hijos, y del que se separó hace ya tiempo. Tras unos años en Canadá, volvió a Madrid, donde reanudó su actividad, trabajando para diversas firmas, entre ellas El Corte Inglés.

Respecto al drama que supone el envejecimiento para una mujer que vive de su físico, la ex maniquí declara: "No me ha costado envejecer en absoluto, aunque de alguna forma siempre he estado pendiente del tiempo, pensando en él y esperándolo. Pero a envejecer te acostumbras, y si tienes un poco de cabeza sabes que no hay más remedio que pasar por ello. Si hay algo que añoro es no vivir con mis hijos, pero no la juventud". Y añade: "Tengo la sensación de que la vida ha pasado muy rápido. Los años pasan deprisa y no me gusta mirar las fotos porque no me reconozco".

En la actualidad, Carmen Gómez no trabaja, y no lleva ningún tipo de vida social: "La verdad, no dispongo de mucho dinero". En el aspecto económico sí echa de menos el Madrid de su juventud: "Era menos caro y además te lo pagaban todo los hombres. Ahora hay que pagar a medias".

Aun así, Madrid le parece el mejor sitio para vivir". Todos los días, Carmen pasea por la avenida Donostiarra con su perrita Noire (significa negra, en francés), la única compañía que le queda, y aprovecha para acercarse al estanco a echar La Primitiva con la ilusión de que un día pueda cumplir los sueños que jamás pudo realizar.

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