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Il calcío y la izquierda

Juan Arias

Este Mundial empezó como un drama para la izquierda italiana porque el grito Forza Italia, que nunca había tenido color político y exaltaba a conservadores y progresistas, acababa de ser envenenado por la astucia de Berlusconi, que se había adueñado de él convirtiéndolo en tótem para su partido. De ahí el que, nunca como esta vez, los intelectuales italianos hayan participado tanto en el psicodrama futbolístico en vilo entre el amor a los Azurri del corazón y el odio por el adversario político, desenterrando hasta a Proust para analizar el caso.Empezó el serio diario comunista Il Manifesto confesando su angustia y deseando que perdiera Italia, antes de que se ensanchase aún más, con una victoria, la sonrisa de Berlusconi, que había colocado en el Mundial de Estados Unidos a siete hombres de su Milan.

Y comenzaron los malabarismos lingüísticos para borrar del léxico progresista el grito de los dioses de antaño: Forza Italia. Pero ¿cómo borrar de un plumazo lo que había sido el gran grito de amor nacional? El anciano Indro Montanelli, en su nuevo diario, La Voce, nacido precisamente en polémica contra su antiguo editor, Berlusconi, lo ha resuelto con un Italia, forza, e Il Manifesto, con un Forza, Azurri. Otros progres prefirieron el grito de Gloria Italia. ¿Y los tifosi?. "La izquierda se ha vuelto loca", decía un taxista en Milán a este periodista una hora antes del partido contra Noruega, cuando la ciudad era ya un cementerio y todos corrían hacia sus casas como si se hubiese declarado la hora de queda. "Porque no se dan cuenta de que nos han dejado sólo la felicidad del fútbol, y hasta eso nos quieren envenenar", añadía, mientras profetizaba: "Pero no resistirán, y al final también la izquierda gritará Forza Italia".

Y llevaba razón, porque al día siguiente, tras la conmoción de la heroicidad de la victoria "contra los vikingos noruegos" ' con el portero expulsado y sin el Balón de Oro budista, todos se derritieron. Los diarios, sin distinción de color, gritaron al Miracolo, y el mismísimo Il Manifesto reconocía que, después de todo, "Italia es siempre Italia". Y así la afición, olvidándose ya, de Berlusconi, estaba ayer pendiente, como una piña, de un solo verbo: continuar, del que escribía un diario en un éxtasis de esperanza: "¡Chedolce parola!".

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