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La Unión Europea, España y el quinto jinete del Apocalipsis

JOSÉ LUIS FEITOSi no se efectúan en la economía española las profundas reformas estructurales necesarias, no estaremos en condiciones de acompañar a ningún país europeo que quiera y pueda acelerar su marcha hacia la integración monetaria, según el autor.

Llamo el quinto jinete del Apocalipsis al riesgo de desprotección social que se cierne sobre muchos países europeos, sobre España con especial intensidad, provocado tanto por intentar proteger en exceso y con carácter permanente actividades y situaciones que debían ser excepcionales como por aceptar ingentes compromisos presupuestarios, cuya satisfacción terminará siendo interrumpida por las tendencias demográficas o por el elevado coste de allegar recursos para financiarlos. Los efectos que este jinete despliega sobre la sociedad son tan mortíferos como los que producen los otros cuatro. Para que algunos lectores no abandonen prematuramente la lectura de este artículo, sin embargo, puedo dar también este nombre al conjunto de factores que cada cual crea que son responsables de que España haya cerrado la década de los ochenta con una tasa de paro alrededor del 20%, con una inflación casi dos veces la de Francia o Alemania y con una relación deuda pública/PIB cercana al 60%, todo ello a pesar de haber registrado fuertes ritmos de crecimiento económico e intensos aumentos de la presión fiscal a lo largo de dicha década. La relación entre, por una parte, este distorsionado comportamiento de nuestra economía (con el consiguiente riesgo de desprotección social), y, por otra, el proceso de Unión Monetaria Europea, se pondrá de manifiesto en las líneas siguientes.Es conveniente dividir la discusión de la Unión Monetaria Europea en dos partes. La primera de ellas cubriría el análisis de los costes y beneficios de una moneda única para Europa y de la instrumentación de la política monetaria y otros aspectos de la política económica en ese mundo de la unión monetaria. La segunda parte comprendería el análisis del proceso de transición hacia la meta de la moneda única.

En mi opinión, la moneda única será siempre un objetivo irrenunciable de la política europea mientras perviva el proyecto de un mercado único en Europa y continúe creciendo la ya muy intensa integración comercial de las economías europeas. Será también, probablemente, un objetivo como el que se proponía Sísifo, y, como ha ocurrido con los avatares del Tratado de Maastricht, se volver á a alejar cuando parezca que nos acercamos más a él; pero será siempre, mientras se den las premisas anteriores, un anhelo que influirá determinantemente en el diseño de las instituciones europeas.

¿Cuál será el mecanismo de transición hacia ese objetivo? Para empezar, podemos descartar el mecanismo de transición que se formuló en el plan Delors: la transición hacia la hipotética UME no se efectuará, como se preveía en dicho plan, mediante un régimen cambiario que se vaya fijando cada vez más, eliminando los realineamientos y reduciendo el margen de las oscilaciones cambiarias. Esta vía de transición se esfumó con las sucesivas explosiones del Sistema Monetario Europeo (SME) que desembocaron en su quiebra final en agosto del pasado año. Se puede sostener que el régimen de tipos de cambio fijos, pero ajustables del SME habría sido el vehículo adecuado si se hubieran respetado las reglas de política económica que un régimen cambiario de este tipo impone a los países participantes en dicho sistema; claro que también se puede defender que era inadecuado porque su éxito requería que se cumplieran rigurosas reglas de comportamiento sin que existieran en el sistema los incentivos o penalizaciones que aseguraran dicho cumplimiento. En cualquier caso, a mi juicio, no es previsible que se vuelva a instaurar el viejo régimen cambiario del SME. Igualmente se ha de descartar que se instrumente un esquema de control de los movimientos de capital que podría, en opinión de algunos, hacer viable dicho patrón cambiario y con ello restablecer la vía de Delors hacia la UME.

Lo más probable es que, al menos hasta las elecciones francesas de 1995, siga el régimen actual de tipos de cambio fundamentalmente flexibles consistente en bandas de fluctuación muy amplias, y, en el caso excepcional de que alguna divisa sobrepase los límites, compromisos de intervención más laxos que los del viejo SME. A partir de 1996, sin embargo, es previsible que se intente acelerar la consecución de la UME por varias razones. En primer lugar, porque por entonces las economías europeas se encontrarán previsiblemente en un nuevo ciclo expansivo y es siempre en estas fases alcistas cuando se vivifica el espíritu de Europa y se producen los mayores avances legislativos en la integración económica y monetaria europea. En segundo lugar, porque la convergencia nominal y real conseguida por algunas economías europeas es ya muy acusada. En particular, la considerable sincronización. del ciclo de inflación y tipos de interés y de los ciclos de crecimiento del PIB, así como la equivalencia de los volúmenes de deuda pública entre Francia y Alemania, abrirá la tentación de dar un paso significativo hacia la Unión Monetaria.

¿Cuál puede ser ese pedal del acelerador para avanzar hacia la UME? ¿Renunciará Alemania al marco o Francia al franco para imponer una mini-unión monetaria entre ellos y un subconjunto de países europeos? Como sugiere la sucesión de estos dos interrogantes, la única medida que supondría un claro avance hacia la UME sería la adopción de la moneda única (o de tipos de cambio irrevocablemente fijos) para un subconjunto de los países que forman la Unión Europea; cualquier otra opción, como volver a manipular el régimen cambiario del SME, sería arriesgada y podría entrañar un nuevo retroceso. A favor de la adopción de una UME restringida juega la ampliación de la Unión Europea, ya que ello hará más tolerable (e incluso inevitable) que ciertos procesos de integración se aceleren más en unos países que en otros. En contra de la UME, restringida o completa, se encuentra la pesada realidad de la historia nacional, que se deposita, entre otras instituciones, en la moneda de cada país y que difícilmente podrá ser eliminada de un plumazo por la clase política de cualquier país europeo. Existe, sin embargo, una posibilidad de realizar algo muy parecido a la, UME sin renunciar a las monedas nacionales, como se expone a continuación.

Supongamos que Alemania y Francia quieren establecer una unión monetaria entre ambos países, que no quieren renunciar a la existencia del marco y del franco, y que el tipo de cambio entre ambas divisas fuera de tres francos por un marco (este supuesto se hace para facilitar la exposición, la paridad actual está alrededor de 3,5 francos por marco).

Francia podría introducir un franco nuevo igual a tres francos viejos de forma que todas las unidades de cuenta, todos los precios en Francia (incluyendo el precio por hora de trabajo) se dividirían por 3 y no se produciría ninguna alteración de las magnitudes reales ni de las tasas de variación de las magnitudes nominales respecto a la evolución que tendría lugar con los francos viejos. Simultáneamente se anunciaría que el tipo de cambio vigente entre el franco nuevo y el marco (un franco nuevo por un marco) queda fijado irrevocablemente. En esta situación, las diferencias entre los pagos en Francia y Alemania se asemejarían a las existentes entre los pagos en Escocia (en libras escocesas) y en el resto del Reino Unido (en libras esterlinas), sobre todo si la responsabilidad de la política monetaria radica en un banco emisor común. La irrevocabilidad del tipo de cambio fijo sería así creíble y se tendría una Unión Monetaria sin renunciar a los símbolos monetarios nacionales.

Esto es una exposición simple de un esquema que tiene otras piezas y varias complicaciones que habría que analizar más detalladamente. Pero lo dicho quizá baste para ilustrar la posibilidad de una iniciativa que sería un revulsivo del proceso de unión monetaria europea; una iniciativa que, al parecer, se trató en la fase previa de discusión del Tratado de Maastricht.

¿Estaría España en ese subconjunto de países que podría fijar irrevocablemente su tipo de cambio en el entorno del fin de la década, del siglo y del milenio (una fecha ésta siempre proclive a grandes efemérides)? En rigor habría quizá que indagar primero si, suponiendo que España cumpliera los requisitos para estar entre ese subconjunto de países, le interesaría participar en ese proyecto. Sin embargo, prefiero dejar esta investigación a un lado y plantear la pregunta de si, suponiendo que le interesara participar en dicho proyecto, podría estar dentro de ese subconjunto de países. Aquí entra lo que he llamado el quinto jinete del Apocalipsis, que, además de amenazar con la plaga de la desprotección social, nos aleja de las pautas macroeconómicas más sanea das que siguen las mayores economías europeas. Si no se modifican los aspectos estructurales que determinan que nuestra economía funcione generando simultáneamente la mayor tasa de paro y la mayor tasa de inflación, así como uno de los mayores déficit públicos estructurales de los principales países europeos, no estaremos en ese estadio de la UME, Si para bajar la inflación por de bajo del 5% la tasa de paro ha subido hasta el 25% y la relación deuda pública/PIB hasta el 60%, ¿hasta dónde han de subir una y otra variable para reducir la inflación por debajo del 3%? No; si no se efectúan las profundas reformas estructurales que necesita nuestra economía, no estaremos en condiciones de acompañar a ningún país europeo que quiera y pueda acelerar su marcha hacia la integración monetaria. Pero, sobre todo, si no se llevan a cabo dichas reformas no se estarán cumpliendo las responsabilidades de Gobierno para facilitar la consecución del pleno empleo, alcanzar el potencial de crecimiento de nuestra economía y garantizar que el Estado disponga de los recursos necesarios para proteger a los más débiles de la sociedad.

es socio-consejero de AB Asesores.

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