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El 'yonqui-bus'

Jose y Pepe -son los nombres con los que quieren aparecer- llevan 20 años enganchados a la heroína y nunca han intentado dejarla en serio. Las bolsas de sus ojos tienen el mismo color que sus antebrazos, un violeta oscuro que introduce confusión en sus miradas. "Al principio éramos unos modernos, la gente nos miraba con envidia", cuenta Jose. "Ahora tenemos que escondernos, nos hemos convertido en lo peor", puntualiza Pepe.Desde hace 20 años su vida sólo tiene un sentido: consumir. Heroína y cocaína cuando hay dinero y cualquier tranquilizante cuando no. Ambos afirman que no han perdido, el norte, que "todos, de una forma u otra, intentamos sobrevivir, nosotros no somos tan diferentes".

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Cada mañana, que para ellos empieza a eso de las doce, bajan al parque a localizar un yonqui-bus. Este curioso medio de transporte consiste en cualquier vehículo de un amigo que les acerque hasta Pitis, localidad del norte de Madrid, a pillar (adquirir heroína). El precio del viaje se paga en polvo blanco. Una vez en Pitis, el trapicheo -negocio-. "Al entrar a la chabola te cuesta acostumbrarte a la oscuridad", cuenta Pepe. "Lo primero que ves es una abuela sentada ante una mesa camilla. A su lado, una, escopeta recortada y un cubo de agua. En otra mesa, dos niños. Uno hace papelinas (envoltorios) y otro las rellena. Si viene la policía, las echan al suelo y la señora hace desaparecer el polvo echándole el agua del cubo por encima. Cuando pillas la dosis, pones el dinero en un saco que cada poco tiempo desaparece".

Salir de allí también es peligroso. Algunos yonquis desesperados esperan a los otros para robarles. "Te dan un palo en la cabeza y te lo quitan todo", dice Jose. Unas horas después vuelven a su barrio en el yonqui-bus. La tarde la dedican a conseguir dinero para el día siguiente, pero ninguno de los dos quiere contar de donde lo sacan. "Aquí no hay amigos, tú te buscas la vida y punto", se despide, parco en palabras, Pepe.

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