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El Madrid de Lauro

Sus biografías dirán que nació en Galicia, y tendrán razón. Pero quizá deberán añadir que Lauro Olmo era madrileño de los de toda la vida, demostrando, una vez más, el principio de que ser de Madrid consiste muy a menudo en no ser de Madrid. Hay, claro, muchas maneras de ser capitalino de esta capital y Lauro lo era en el sentido más genuino. Era un representante, quizá el último, del Madrid de la resistencia. Su. vida consistió en resistir. Resistir a la barbarie, a la insolidaridad, a la trivialidad.El Madrid de Lauro Olmo era heredero de aquella ciudad resistente al fascismo que pudo ser llamada "capital de la gloria" o "la capital del mundo". La imagen de ese Madrid heroico, que fue paradigma mundial de la lucha contra el totalitarismo, no ha hecho fortuna en España en nuestra época. Ha prevalecido, incluso a los ojos de los progresistas, la imagen de la capital encopetadamente contralista, con algo de ciudad "alegre y confiada", dicharachera y superficial. Una visión que se apoyaba en la existencia real de otros madriles, quizá porque ésta es una ciudad en la que hay muchas ciudades.

Lauro conocía como nadie el Madrid popular. Lo llevó al teatro. Recuerdo muy bien el estreno de La camisa en 1962. La realidad llegó con él a los escenarios. Tuvo que vencer muchas trabas para poner en escena su obra. También La pechuga de la sardina tiene por protagonista al pueblo de Madrid. En su teatro recogió, de un lado, la herencia del mejor Arniches, alicantino y también de Madrid "de toda la vida"; por otro, de don Ramón del Valle-Inclán, gallego como él y madrileño, como Lauro Olmo, también. Nunca hizo Lauro Olmo madrileñismo. Porque el madrileñismo requiere cierta oronda autosatisfacción contraria a lo que él quería expresar.

Ateneísta de viejo cuño, Lauro Olmo dirigía en "la docta casa", bajo la presidencia del inolvidable don José Prat, la Cátedra Valle-Inclán. Lo vi en una de sus últimas sesiones hace muy poco tiempo. Charlamos. Me di cuenta de que no reprochaba a nadie el trato que le dio nuestro tiempo. Miraba hacia adelante, con la fe resistente con que supo defender en su día el barrio de Pozas de la piqueta inmobiliaria. No se me olvidará la imagen de Lauro y de su mujer, Pilar Enciso, negándose a abandonar' su casa del barrio situado en la confluencia de Princesa con Alberto Aguilera cuando las excavadoras estaban a punto de entrar en aquel trozo del intimo Madrid

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