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El voto que rabió

El trabajo de duelo emprendido por los socialistas para explicar su descalabro electoral del 124 y extraer lecciones con vistas al futuro recuerda al coro de doctores llamados a consulta por El rey que rabió con el fin de diagnosticar la enfermedad del perro que había osado propinarle un mordisco en sus augustas posaderas. Mientras los galenos de la zarzuela no se atrevían a contestar de forma inequívoca si los síntomas del maldito chucho (el rabo caído, la lengua fuera, las orejas gachas, las patas débiles, el hocico húmedo y la mirada torva) denunciaban o no un caso de hidrofobia, los debates celebrados anteyer por la Comisión Ejecutiva del PSOE y ayer por su grupo parlamentario tampoco arrojan un claro veredicto sobre las causas de la sonada derrota socialista en las elecciones europeas y de su notable retroceso en los comicios andaluces.

¿Hacia dónde emigraron los tres millones y medio de sufragios perdidos por el PSOE? ¿Son recuperables los votantes socialistas fugados al PP o a IU? ¿Volverán a casa los electores instalados en la abstención o en el voto de castigo? ¿Son irreversibles las tendencias apuntadas el 124 o podrían aun los socialistas ganar las legislativas? Los doctores del PSOE no sólo discrepan a la hora de opinar si el voto perdido está rabioso o no lo está; también se hallan divididos sobre los remedios para curar la enfermedad. El primer embate de la mala fortuna en las urnas ha echado por tierra los inestables arreglos alcanzados por la cúpula dirigente del PSOE durante el 33 Congreso; mas allá de su ritual cierre de filas ante la adversidad electoral, las contrapuestas declaraciones de algunos significados guerristas y renovadores a lo largo de la semana pasada mostraron la profundidad de sus diferencias.

Los renovadores atribuyen el peso principal de la derrota a la escalada de la corrupción propiciada por el caso Rubio y el caso Roldán, que han traspasado los límites de la decencia moral y las fronteras de la verosimilitud política. Las interpretaciones renovadoras también responsabilizan del fracaso electoral a los conflictos internos del PSOE, deslealmente alimentados por los guerristas cuando se encuentran en minoría, tal y como ha sucedido en Andalucía; los ciudadanos dejan de votar a los partidos escindidos en facciones que se zancadillean y se apuñalan en peleas por el poder malamente disfrazadas de enrevesadas disputas escolásticas incomprensibles para los legos.

Los guerristas, implicados de lleno en el caso Filesa y responsables de haber tapado hace cuatro años el caso Guerra, se sienten incómodos con las alusiones a la corrupción y tratan de buscar explicaciones alternativas a la derrota del 124: la política económica de los últimos años y la reforma de la legislación laboral son el chivo expiatorio de su interpretación. De acuerdo con esa lectura, la recuperación electoral del PSOE exigiría un giro a la izquierda y una estrategia de alianzas acorde con dicho viraje; la nueva línea conduciría al acercamiento con los sindicatos y a los entendimientos con IU, así como a un serio replanteamiento de los acuerdos del Gobierno González con los nacionalistas vascos y catalanes.

Aunque los guerristas no hayan llevado todavía esos planteamientos hasta sus mas crudos extremos, la dimensión operativa de ese giro a la izquierda implicaría a medio plazo la formación de gobiernos municipales y autonómicos basados sobre la alianza entre el PSOE e Izquierda Unida siempre que fueran posibles; la administración local y regional se convertiría en la infrastructura material del guerrismo, capaz de proporcionar miles de cargos públicos remunerados a sus seguidores y de financiar los gastos organizativos de la corriente. Pero esa estrategia de unidad de la izquierda también cortaría los acuerdos del PSOE con los nacionalistas y permitiría al PP monopolizar el centro político, conquistar la mayoría absoluta en el Parlamento y ocupar el Gobierno del Estado probablemente durante varias legislaturas.

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