Virgen ante el espejo
Llevados quizá por una inercia de años, los dirigentes de Izquierda Unida que tomaron la palabra para comentar los resultados de las elecciones europeas y andaluzas reaccionaron como la púdica virgen a la que un sátiro malicioso hostigara con obscenos requiebros. La palabra que más se oyó aquella noche y las siguientes fue un rotundo "no". No a la posibilidad de un pacto, no a un apoyo parlamentario, no a la participación en el Gobierno andaluz. No, dice el candidato a la presidencia de Andalucía, a "encamarse con un compañero esquizofrénico". No a todo, por lo menos hasta que no desaparezca de la escena el gran seductor: que González dimita y, luego, ya se verá. Mientras tanto, repiten, lo fundamental es no perder la propia identidad.Estos dirigentes de la izquierda -¿comunista?- de ahora, crecidos en las márgenes del sistema político, pero disfrutando en ellas de una posición relativamente confortable, recuerdan por más de un concepto a los socialdemócratas de principio de siglo: revolucionarios que no hacen la revolución, como se definía a sí mismo y a su partido Kautsky. No que no fueran revolucionarios: lo eran; sino que nunca lanzaban sus huestes a la revolución, pues siempre sentían las distancias, las célebres mediaciones que se interferían entre ser y hacer. Condiciones objetivas las llamaban los revolucionarios de antaño; horas y días enteros, con sus noches, llenaron de discusiones, manoseando la corteza del melón por ver si había ya madurado, aunque sin atreverse nunca a hincar el cuchillo en sus entrañas.
Hoy todos esos grandes debates que esmaltaron la historia de las Internacionales obreras se han reducido a la compulsiva afirmación de una misteriosa identidad virginal que se guarda celosamente bajo un muro de palabras sobre el que campea un anuncio luminoso: el programa. Cuando a Julio Anguita se le invita a hablar de política, a explicarse sobre posibles acciones de gobierno, responde imperturbable: programa, y mira a lo más hondo de los ojos de su interlocutor como quien posee el verdadero secreto de un elixir oriental capaz de transformar, si no el mundo, al menos la sensación de vivir. Y hasta creyendo tal vez que se trata de una palabra eufónica, no duda en repetirla tres veces, que son ni más ni menos las que repiten las cosas quienes se sienten firmemente convencidos de lo que dicen.
Pero no hay programas sino estelas en la mar. Una formación política no es lo que dice, sino lo que hace, y lo que hace no siempre coincide -afortunadamente, en la mayoría de los casos- con lo que dice: la acción de gobierno no puede ser, por definición, la mera extensión de la palabra dicha en la oposición, sobre todo cuando se dice convencidos de que nunca se llegará al Gobierno. El moderado éxito de las últimas elecciones europeas, su fuerte ascenso en Andalucía, la inminencia de una posible participación en el poder, la necesidad de decidir, exige de IU que salga de la indefinición y de la cantinela del programa, programa, programa y diga claramente qué piensa hacer, en el caso de que gobierne, con el presupuesto. ¿Acudirá con generosas dádivas para salvar empresas en quiebra? ¿Aumentará las prestaciones sociales, las pensiones, la cobertura del paro, las subvenciones, los gastos de educación, de sanidad? ¿Concederá préstamos a cooperativas gestionadas por los sindicatos? ¿Dará empleo en empresas públicas a miles de trabajadores en paro? ¿Llevará a la práctica aquel memorable hallazgo de la obsolescencia industrial programada?
Cuando llega el tiempo de la madurez, y la madurez en la democracia es obtener un porcentaje de votos que haga ineludible participar, de una u otra forma, en responsabilidades de gobierno, mantener el no a todo trance equivale a escurrir el bulto. Encámense, pues, en buena hora, que la virginidad, en la edad madura, no es algo para contemplar cada mañana en el espejo.
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