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Tribuna
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Cuestiones menores

Las elecciones, con sus campañas movilizadoras, hacen de la política tema de conversación; siempre simplista, y, casi siempre, descalificadora de alguien. Cuando todavía no son las elecciones, o ya han pasado, los espacios se ocupan por las comparecencias, por la demonización de los más o menos de monios o chivos expiatorios, y por la especulación (no económica, que está muy mal vista en muchos ambientes) sobre personas; quién se va, quién viene, quién sube, quién baja; sobre todo, quién cae, que anticipa el regusto de la máxima satisfacción: ver esfumarse al adversario, o, más rudimentario y veraz, al que cae mal. Cuánta política, ¿verdad?; qué ciudadanos tan conscientes y participantes, qué medios de comunicación tan estimulantes, cuántas primicias informativas. La política; hablar de personas, de lo que dicen, y, sobre todo, de lo que les va a pasar; el placer de la murmuración, con aire satisfecho del que se ocupa del bien general, de la cosa pública. Personas, personas; mejor, nombres, nombres. Qué gozada, qué refocilamiento democrático.No quiero aguarle a nadie la fiesta, ni el duelo, ni el placer de acusar, ni incluso el de condenar o perdonar. Nombres, más nombres. Que disfruten.

Pero quiero recordar algunas cuestiones, que con toda modestia me atrevo a llamar urgentes, sin ánimo de ofender, y con la esperanza de no aburrir demasiado, distrayendo la atención de la gente. Total, con pasar de columna o de página, arreglado.

¿Se va a ocupar alguien de restablecer o establecer controles burocráticos que afecten al gasto público en su doble dimensión de cuantía y desvergüenza en su ejecución? Porque la burocracia, aunque es desesperante con frecuencia, y cara, suele servir para controlar. Si se imponen los criterios llamados de eficacia, no se suele ganar en eficacia, sí en posibilidades de brillantez del político de turno, se hace predominar la línea caliente, el dinero se desparrama por tortuosas simas y aumenta el coste para el consumo o la inversión pública. No hay que creerse tanto esa falacia-verdad de la agilidad; la suelen aprovechar mejor los más ágiles; gente equilibrista, que hace milagros con los dineros públicos. Un poco de freno: el bocado, o al menos la marteguilla; pastar a sus anchas es conducta recomendable para el vacuno, sobre todo si es de lidia y se pretende que salga bravo. Pero, en otros ámbitos, quizá haya que replantearse el papel de una vieja institución, llamada Intervención.

Y otra cuestión urgente: un Consejo del Poder Judicial independiente, de verdad, elegido con criterios algo más profesionales, y que pueda y sepa hacer que los jueces sean libres, responsables por lo que hacen, y competentes.

También es urgente que en la elección de magistrados del Tribunal Constitucional quede patente, por el procedimiento que se establezca, la calidad públicamente contrastada de los designados, perfectamente compatible con su nítida orientación ideológica, pues si bien es cierto que hay tontos en todas las direcciones de la rosa de los vientos, también lo es que hay, aunque en número menor, pero suficiente, listos y capaces. Y conviene que se demuestre en público y con carácter previo que lo son.

Y es igualmente urgente que se restablezcan o establezcan burocracias públicas de calidad, con élites ejemplares por su prestigio profesional (es decir, técnico y moral); en los momentos, más bajos me siento inclinado a pensar que la mejor burocracia es la que no existe, pero, claro, como se trata de una bella utopía ácrata, mejor que haya gente independiente y de calidad, que impida a los interinos arrasar, aunque hayan sido llevados en volandas por el voto popular.

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A lo mejor estas cosas son importantes. Y otras parecidas. A lo mejor sirven para sanear algo el gasto público más que ciertos encendidos discursos. A lo mejor sanear el gasto público es hasta conveniente. A lo mejor dificultan caer en la tentación, tan comprensible, de robar. Y perdonen ustedes que no hable, al menos hoy, de política. Seguro que tienen pasto suficiente donde satisfacer su hambre de ese producto. Y sepan disculpar que les haya distraído de la enardecida murmuración. Si es que he conseguido distraerles.

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