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MUNDIAL 94

La bestia imaginaria

Una triste Alemania derrotó a Bolivia en el partido inaugural

Santiago Segurola

El verdadero rostro de la bestia alemana es el de un equipo vulgar. Lo descubrió Bolivia, una selección huérfana de historia y de jugadores de talento. Alemania sólo dejó para el recuerdo su victoria, el regalo que acostumbra en cada Copa del Mundo. Pero fútbol, no. Nada de lo que hizo tuvo categoría ni estilo. La vieja Alemania otra vez. Qué castigo para la vista. Bajaron los pequeños bolivianos del altiplano andino con sus rudimentos -un fútbol todavía balbuceante, sin historia en las grandes ocasiones-, pero con una interpretación adecuada del juego. Por encima de las limitaciones de sus jugadores, estuvo la sensatez con la pelota, el toque corto, el paso tranquilo. Todo lo necesario para caminar en el calor sofocante del Soldier Field. Mediado el primer tiempo, el cachalote alemán estaba varado en el campo, con la mirada extraviada detrás del balón.El partido tuvo una lectura desmitificadora. Alemania juega más con la historia que con la verdadera clase de jugadores. Hay que concederles todas esas virtudes laterales a la esencia del juego que impresionan a sus rivales: la consistencia, el vigor físico en el choque, la solidez para sobreponerse a las adversidades. Y en algunos casos también existe la clase. Móller, por decir uno, es un futbolista relevante, con la velocidad y los recursos técnicos que deciden los partidos. Pero en medio del paisaje gris de Alemania, sus mejores jugadores se disfrazan de funcionarios, carrera arriba y abajo, pelotazo al área y choque constante. Pero le leyenda alemana supera a la realidad de su fútbol. Es lo que dejó escrito Bolivia en un partido que llegó a todos los rincones del planeta. El fútbol debería tomar nota de la lección dictada por los bolivianos.

El físico sólo sirvió a los alemanes durante 20 minutos. Tuvieron ese plazo para impresionar a sus rivales, un equipo casi virgen en la historia de la Copa del Mundo. Pero todo el aparato escénico del equipo alemán sólo dio para una ocasión. Fue una jugada de Moller por la raya izquierda, con velocidad y regate para desequilibrar al lateral, y luego la pelota bien metida a la cabeza de Riedle, que golpeó plano y mal. Poco después, Häsler buscaba aire para respirar, Sammer perdía el compás en el centro del campo y el resto miraba la crecida boliviana.

La contestación alemana en la segunda parte fue del mismo signo que en el trecho inicial del encuentro. De nuevo, Bolivia sintió el efecto del miedo y concedió el campo a sus rivales. Nada de lo que hizo Alemania tuvo un gran valor futbolístico. Era un juego pesado, plano, bastante previsible. Pero cabía la posibilidad de un detalle o de un error. Las dos cosas se produjeron en la jugada del gol de Klinsman: un balón largo, la ruptura del fuera de juego y la tardía llegada del portero para achicar.

El resultado estaba servido para el sector atento a la estadística. Alemania ganó. Pero detrás no dejó nada.

Hace cuatro años, en una tarde memorable en San Siro, Colombia derribó a Alemania con pases de veinte centímetros y un sentido sobredesarrollado del toque y la intuición. Bolivia no podía ofrecer tanto ayer. Tiró del orgullo y de algunos retazos de juego. Fue suficiente para sacar los colores a un equipo mecánico, pobre y miedoso. ¿Dónde estaba la gran Alemania?. En ese gol que le dio la victoria en con un juego miserable. Pero así ha escrito la historia en las Copas del Mundo.

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