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Un riñón para Lina

La colonia libanesa se vuelca con la enfermedad de una niña de Trípoli

Lina Arabi llevaba siete de sus 14 años atada a un aparato de diálisis en Trípoli, Líbano. Ahora sonríe con timidez, casi sin creérselo. Por fin se ha librado del tedio de las agujas y de los tubos. El pasado martes le dieron el alta en el hospital Gregorio Marañón para entrar en un sueño que no habría podido alcanzar sin la generosidad de su madre, Hiam Arabi, que le ha donado uno de sus riñones, y la obstinación de un libanés afincado en Madrid desde hace 27 años.Nazih Redwan se explica con soltura en un español castizo, sentado en su restaurante libanés en el barrio de Malasaña. Hace menos de un año tuvo noticia por sus compatriotas de las tribulaciones de Lina: nulas esperanzas de vida, una diálisis casi diaria muy costosa para una familia de ingresos modestos y una sanidad incapaz de ofrecer una solución rápida y definitiva a la enfermedad de la niña.

Los médicos sugirieron un trasplante de riñón de madre a hija. En Líbano era imposible. Fue entonces cuando Nazih entró en acción. Sin conocer a Lina y a su familia más que por referencias, se obsesionó con la idea de conseguirle el trasplante a la niña. Así que propuso que la madre viajara a Madrid a someterse a unas pruebas imprescindibles para darle uno de sus riñones a su hija. A finales del año pasado, Hiam ingresó en la Fundación Jiménez Díaz. Los médicos autorizaron el trasplante. Nazih había movilizado a toda la colonia libanesa en Madrid, formada por unas 350 familias, y a la Cruz Roja, para pagar el billete de avión a Hiam y el coste de los análisis. El alojamiento corría de su parte, en su casa, en el centro de Madrid.

Rosa, esposa de Nazih, y sus dos hijos adolescentes han hecho de familia para Lina y Hiam en todo momento. Se han volcado para acompañar a madre e hija al Gregorio Marañón para las sesiones de diálisis, para poner en regla los papeles de la operación y de estancia en España, para traducir las instrucciones de los médicos... Myriam, la hija de Nazih, chapurrea árabe y recuerda con una sonrisa cómo se han entendido todos estos meses cuando no estaba presente Nazih para traducir: "Un poco en árabe, un poco en español, porque Lina y su madre han aprendido pronto". Y es verdad, aunque Lina, muy vergonzosa y recién salida del hospital, se resiste a dejar oír su voz, como un hilillo.

"Sólo podemos dar las gracias por lo bien que nos han tratado en el hospital", murmura Hiam. La operación, cuyo coste asciende a más de tres millones, aún no ha sido abonada. "Las enfermeras", prosigue, "casi han llorado conmigo en los momentos de incertidumbre".

En marzo todo estaba preparado para acoger a Lina. El día del trasplante quedaba muy cerca: 26 de mayo. Y la víspera de la operación Nazih era un manojo de nervios: "Después de tanto lío por curar a la niña, todo se podía ir al garete si el trasplante iba mal", cuenta Nazih. Lina le mira silenciosa. Para ella, Nazih es "el jefe", quien siempre tiene una solución en sus manos. El martes, la niña dejó en el hospital a un montón de amigos nuevos: "Noelia, Charo, Raúl", cuenta entre dientes. El Juego de la oca, su programa preferido de la televisión, lo podrá seguir viendo en la casa de Nazih y Rosa. Hasta que vuelva a Líbano, junto a su padre y sus siete hermanas. Lejos ya del tedio de las agujas y tubos de la diálisis.

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