Cien años de la cogida mortal de El Espartero
Se acaban de cumplir cien años de la muerte de El Espartero. Lo mató en Madrid un toro de Miura el 27 de mayo de 1894. La cogida se produjo hacia las cinco menos cuarto de la tarde, y a las cinco y cinco minutos el médico jefe de la enfermería de la plaza de toros, Marcelino Fuertes, certificaba su defunción. Tenía El Espartero 28 años de edad y llevaba nueve de alternativa.Manuel García El Espartero nació en Sevilla. Hijo de unos artesanos de la espartería iba a seguir este oficio pero desde muy pequeño sintió la vocación taurina y apenas contaba 16 años cuando hizo su presentación en el coso sevillano. Por una de esas ironías. de la vida, su mayor protector fue, precisamente, el ganadero Antonio Miura, y esta ayuda aceleró los progresos de su carrera.
El Gordito le dio la alternativa en Sevilla y se la confirmó en Madrid El Gallo el 14 de octubre de 1985. La afición madrileña no consideró a El Espartero diestro capacitado para alcanzar las primeras líneas del toreo, pues se le advertían muchos defectos, tanto técnicos como artísticos, y algunos revisteros de la época destacan su torpeza tanto para dirigir la lidia como para reconocer las condiciones de los toros y acoplarse a ellas. Sin embargo poseía un valor desmedido, y la emoción de sus alardes temeriarios, que el público valoraba en su justa medida, lo convirtieron en un diestro muy popular. Sufrió muchos percances en los cosos y su cuerpo estaba surcado por hondas cicatrices de más de una treintena de cornadas. Un amigo -cuentan sus coetáneos- le preguntó por qué seguía toreando, si casi siempre resultaba cogido, a lo que respondió con la frase famosa: "Más cornás da el hambre".
El toro "Perdigón"
El 27 de mayo de 1894 encabezaba El Espartero la terna de la corrida de Madrid en la que también toreaban Zocato y Antonio Fuentes. Vestía de verde y oro. El toro que abrió plaza, llamado Perdigón, colorao ojo de perdiz, con cuajo y astifino, tuvo poca fuerza -señalaron las crónicas- pues sólo derribó cinco veces, tomó otras tantas varas y mató tres caballos. Llegó al último tercio reservón, y tras muletearlo a la defensiva, El Espartero se perfiló para matar, pinchó y salió volteado. Volvió a ejecutar la suerte, el toro le arrolló y cuando estaba en el suelo le corneó el vientre, zarandeándolo en el asta y lanzándolo al aire. Llegó el torero a la enfermería agonizante. La herida era en el hepigastrio, mortal de necesidad.
La tragedia trascendió inmediatamente a la plaza pero el festejo siguió hasta que fue arrastrado el sexto toro. Mientras los diestros daban cuenta, como podían, de la bronca miurada y el público refrendaba los incidentes de la lidia con pitos y ovaciones, el cadáver de el Espartero yacía en un camastro, custodiado por una pareja de la Guardia Civil. Eran otra fiesta y otras sensibilidades, cien años atrás.
Babelia
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