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Deserción o lealtad

Enrique Gil Calvo

Las escasas encuestas que se publican a mitad de campaña parecen anunciar que aquí no va a haber un hundimiento electoral del partido socialista tan masivo como el que hubo en Francia o Italia como consecuencia de la revelación pública de los escándalos de corrupción. O al menos que no la va a haber todavía ya que la diferencia de intenciones de voto a favor del PP parece más pequeña de lo que cabía esperar a juzgar por el clamor antisocialista que se desencadenó en mayo. Tanto es así que incluso resulta posible que las posiciones se aproximen más conforme la campaña avance, dada la magnitud de la bolsa de indecisos que aún podrían sumarse al partido del Gobierno (como sucedió el año pasado), sin que quepa descartar todavía la posibilidad de que las expectativas de voto terminen por igualarse. ¿Se evitará, una vez más il sorpasso: el tan temido por los socialistas como anhelado por los populares adelantamiento electoral?Cabe dudarlo, si en 1993 se rompió el desempate a favor del PSOE fue porque la incertidumbre del resultado generó tal apasionamiento político que todos los electores indecisos de centro-izquierda decidieron volcarse en la participación electoral. Pero esta campaña del 94 difiere sobremanera de la del 93, pues no hay aquí apasionamiento alguno: no sólo las elecciones son intrascendentes (pues el Parlamento europeo carece de soberanía, dado su déficit democrático), sino que a nadie parece importarle ya que González pierda o que Aznar gane, como revela que hayan podido llegar a caer por debajo de Anguita en las encuestas de liderazgo político.

Es más, si éste último ha ascendido tanto es porque su infarto le ha obligado a desapasionarse, sustituyendo su vieja exaltación paranoide por una moderación en el tono (ya que no en su programa) mucho más aceptable para el telespectador, al que no le importa qué se dice sino cómo se dice: puedes prometer hasta la dictadura del proletariado, con tal de que lo hagas con educación. Y por eso no logra subir Aznar en las encuestas, a pesar del goloso papel de hacer leña del árbol caído que le ha tocado: acosa y acusa muy bien a González, pero no sabe seducir, por lo que resulta antipático y poco convincente. Menos mal que ya le han avisado que no se gana ladrando sino sonriendo, y también ha tenido que moderar mucho su tono durante la campaña. En cambio, González está patético: una sombra de lo que fue.¿Qué puede pasar? Albert Hirschman, en su libro Salida, voz y lealtad, postula que cuando una organización se deteriora (sea una empresa o un partido político) la respuesta de sus usuarios puede ser abandonarla por otra (la salida hacia otra organización rival) o protestar ruidosamente tratando de corregir el deterioro (la voz que se eleva contra la dirección organizativa). ¿Qué opción se elige? Como comenté aquí mismo el otro día, Hirschman pensaba antes que ambas opciones se oponían como un balancín: cuando se eleva la voz hay poca salida (pues predomina la lealtad) y viceversa, cuando no se levanta la voz las deserciones predominan. Pero hoy Hirschman reconoce que también pueden simultáneamente coincidir, contagiándose una a otra. Si aplicamos su esquema al actual deterioro de los partidos socialistas europeos, advertiremos que los electorados utilizaron primero la voz, protestando ruidosamente contra la corrupción política, y después, la salida, negándoles el voto para concedérselo a la derecha liberal (caso francés) o populista (en el italiano). ¿Qué pasará aquí? Durante el mes de mayo se ha levantado mucho la voz contra los socialistas. Pero a partir de ahora puede actual igual el efecto-balancín (voz alta y salida baja), con lo que habría pocas deserciones electorales y las lealtades se mantendrían, que darse por el contrario el efecto-contagio (voz alta que induce alta salida), y al coro de voces airadas le seguiría en junio una deserción electoral masiva. Y podemos preguntarnos, con curiosidad no sólo intelectual, qué modelo de Hirschman se impondrá, si el de contagio desertor o el de lealtad airada.

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