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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Campaña agresiva

TRANSCURRIDO EL primer fin de semana de la campana para las elecciones europeas del 12-J, los partidos siguen sin dar con un mensaje que vaya más allá de la descalificación del contrario. Que ni socialistas ni populares hayan respetado su compromiso de centrar la campaña en asuntos propios del ámbito comunitario entraba dentro de lo previsible. Pero es que tampoco en relación a la política interna aparecen ideas por parte alguna. Esas descalificaciones son síntoma de impotencia: faltan argumentos.Descalificar al partido contrincante como fascista o franquista, como hacen estos días los socialistas, es una actitud particularmente nefasta. Coloca a los ciudadanos ante un dilema imposible: si sólo la permanencia de los socialistas en el poder garantiza la democracia, es que ésta no existe, y ése sería el peor balance de sus 11 años en el poder. El interés del PSOE debería estar en poder decir: llegamos al Gobierno un año después de un golpe de Estado que quiso acabar con las libertades; cuando dejemos el poder, entrará otro par tido sin que peligren las libertades ni el sistema democrático. Ése pareció ser el mensaje de González en su entrevista televisiva del jueves. Pero desde entonces algunos líderes socialistas sólo hablan de la amenaza que supondría para el sistema la victoria de la derecha.

Dicho esto, tampoco pueden caer en saco roto las desafortunadas declaraciones de la candidata número 3 del PP, Mercedes de la Merced, que de una tacada ofendió a los electores catalanes e hizo un elogio de ciertos aspectos del franquismo que a muchos ha parecido nostálgico.

Durante años, el PSOE se ha beneficiado de las dificultades del centro-derecha para dar con un líder no comprometido en el pasado con el franquismo. El tiempo ha ido diluyendo esa superioridad. Por una parte, porque el ejercicio del poder ha marcado con otras manchas a los socialistas; por otra, porque una nueva generación de dirigentes conservadores ha ido sustituyendo a la que simbolizó Fraga en su día. Es cierto que la inexistencia de una fuerza electoral de extrema derecha hace que los restos del franquismo sociológico respalden las candidaturas del PP. Pero la experiencia de otros países indica que hay que felicitarse de que así sea, de que no quede fuera del sistema, o con capacidad para condicionar a éste, una fuerza que en otros países europeos representa del 10% al 15% del electorado. Además, la presencia de esos electores entre los votantes dd PP no modifica el carácter democrático de este partido, que se atiene a las reglas del juego y respeta la Constitución.

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También es cierto que el sectarismo socialista sobre este punto es simétrico al exhibido por algunos de sus adversarios: para votar al PP no debería ser imprescindible creer que el socialista ha sido "el peor Gobierno desde los Reyes Católico?, que su presidente es "un sujeto indecente" o comparar la corrupción actual con la existente durante el franquismo. Puede que ambos sectarismos sirvan para reforzar la identificación de los ya convencidos con sus jefes. Para la mayoría de los electores resultan intragables. Pero incluso la hipotética eficacia electoral de estos métodos no justifica su uso y abuso.

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