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El impulso a la paz en Oriente Próximo

Edward Said, el intelectual palestino más alabado, se ha convertido últimamente en un portavoz del frente de rechazo al Acuerdo de Gaza y Jericó. Describe el acuerdo, que entró en vigor recientemente, como una paz de Versalles, es decir, un acuerdo impuesto por los vencedores: Israel y su aliado EE UU, la única superpotencia. Éstos han aprovechado la situaciónde debilidad y las divisiones internas de los árabes tras la guerra del Golfo y la disolución de la URSS el antiguo aliado de éstos, y han impuesto la paz con sus propias condiciones. Los palestinos han tenido que aceptar una autonomía ridícula a cambio de un reconocimiento legal de Israel..Al otro lado de la barrera, los portavoces del frente de rechazo israelí (especialmente los colonos) definen este mismo pacto como un acuerdo de Múnich. Su metáfora histórica implica que Israel, poderoso pero cansado de luchar, ha accedido a una paz ilusoria para apaciguar a los peores enemigos de Israel. Israel ha cedido territorios situados en el corazón del país a cambio de compromisos falsos que no valen ni el papel en el que están impresos.

Más allá del paralelismo de las metáforas hay un paralelismo en las suposiciones implícitas. Estas suposiciones son inconfundiblemente voluntaristas. Es decir, "si quiero, puedo", y si creo que no puedo, significa que me flaquea el espíritu, que no tengo la suficiente fuerza de voluntad. Rabin, según sus adversarios israelíes derechistas, es débil de nacimiento. Mostró esa debilidad en sus vacilaciones (como jefe del Estado Mayor) en vísperas de la Guerra de los Seis Días. Ahora la vuelve a mostrar al no continuar la guerra de desgaste contra la Intifada.

Arafat, según Said y otros adversarios árabes, demostró su falta de aguante durante la rebelión de Septiembre Negro en Ammán (1970) y en el asedio a Beirut (1982); ahora ha vuelto a perder la entereza. Es incapaz de enfrentarse al desafío del estado de sitio creado por la caída de los precios del petróleo y el nuevo orden mundial dominado por EE UU. Se ha resignado a abandonar la lucha por "Palestina desde el mar [Mediterráneo] hasta el río [Jordán]" y ha aceptado un compromiso histórico. Sin embargo, ambos frentes de rechazo mantienen sus esperanzas contra viento y marea. Consideran todas las crisis de las negociaciones (por ejemplo, la ocurrida tras la matanza de Hebrón) como señal de que el pueblo israelí o palestino, inocente, pero engañado por falsas promesas, está a punto de descubrir el oportunismo y la traición de sus líderes. Es posible que la gente abandone sus ilusiones de paz y prosperidad económica material y derribe a Rabin o a Arafat.

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En esta situación de interpretaciones contradictorias, pero paralelas, de los actuales acontecimientos en Oriente Próximo, las únicas voces realistas entre los adversarios al proceso de paz llegan, irónicamente, del bando fundamentalista. Los líderes de Hamás (especialmente Musa Marzuk) reconocen que la realidad internacional se ha modificado efectivamente en estos últimos tres anos en detrimento de los árabes. Además, admiten que los palestinos han sido desgastados por los israelíes durante los seis años de Intifada: por una parte, los muertos y heridos, y por otra, la caída del producto nacional bruto. Los palestinos de la calle anhelan la normalidad y las mejoras materiales, aunque sea a cambio de un compromiso en torno a algunos objetivos nacionales (pero no todos).

Hamás no se engaña pensando que se trata sólo de una conspiración israelí, o de tentaciones exclusivamente económicas. A lo largo de los últimos siete meses ha mantenido que la retirada israelí acabará produciéndose porque Rabin ha tomado una decisión estratégica favorable a un arreglo con la OLP. Hamás también consideraba inevitable que la opinión pública palestina se entusiasmara por la aparición de signos de soberanía nacional, como policía, aduanas, emisoras de radio y televisión o sellos.

Por eso Hamás se guarda de pedir ataques contra las fuerzas de policía palestinas o llamar a la desobediencia civil frente a las autoridades de la autonomía. También sabe que la organización política y militar de Al Fatah (que apoya a Arafat) está muy implantada en Gaza, y que volverá a recuperar prestigio tras la retirada (israelí). En opinión de Hamás, la única esperanza está en provocar a Israel mediante atentados terroristas para que tome acciones de represalia contra Gaza y Jericó que puedan llevar a enfrentamientos con la policía de la OLP, y, en segundo lugar, en que la ayuda económica internacional no llegue en cantidad suficiente y frustre así las esperanzas de prosperidad material del pueblo llano.

En otros círculos islamistas puede escucharse una evaluación todavía más pesimista. El jeque Fadlala, líder espiritual del Hezbolá libanés, cree que también Siria firmará un acuerdo de paz con Israel para adaptarse al. nuevo equilibrio de fuerzas internacional. Con un acuerdo semejante, afirma, es inevitable que Siria establezca un pacto con Israel en torno a Líbano y se lo imponga al Hezbolá sin consultarle. ¿Qué se puede hacer? Puede que Hezbolá tenga que reconocer el hecho consumado y reorientar su lucha. No más combate militar, sino más bien una lucha contra las aspiraciones de Israel de obtener la hegemonía económica y cultural en la región.

Munir Shafik, un importante intelectual palestino instalado en Líbano y que apoya a los islamistas, va incluso más lejos. Considera la posibilidad de que la lucha de Hamás pueda fracasar, dada la enorme desigualdad en su contra. En ese caso, puede que los palestinos y muchos países árabes firmen acuerdos de paz con Israel. Pero eso no es el fin del mundo, dice Shafik, siempre que esos acuerdos tengan como modelo el tratado egipcio-israelí (1979); es decir, una paz diplomática firmada entre dos élites políticas derivada de la realpolitik, y no gracias a la reconciliación. Con ello, es probable que, sea una paz fría que evite la trampa de unas relaciones culturales estrechas (para que Israel no envenene a sus vecinos) o de una cooperación económica (mediante la cual Israel podría imponerse).

Vemos, pues, que, en opinión de Hamás y Hezbolá -que no son sospechosos de indulgencia hacia Arafat o Rabin-, el proceso de paz ha adquirido un fuerte impulso.Emmanuel Sivan es orientalista, profesor de Historia en la Universidad Hebrea de Jerusalén.

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