El hipnotizador se moderniza
Un miembro del equipo de prensa lo advirtió: "La puesta en escena de Alfonso va a dejar boquiabiertos a los coleguis ". Al principio de la ansiada aparición de Guerra en Mérida no nos precatamos; sin embargo- había algo en el porte casual, en la soltura de los gestos. Pardiez, había algo hasta en la mirada de hipnotizador, de cobra que se relame por anticipado, pensando en la rendición total de la pieza. La pieza, aunque pueda parecerlo, no es el principal partido de la oposición. La pieza es el público. Y esta vez al público. el vicesecretario general del PSOE se lo comió con la ayuda inestimable de un micrófono inalámbrico prendido a su camisa.Amigos, no es lo mismo soltar la parrafada sujeto, por exigencias de la megafonía, al dichoso tacataca que sirve de atril estilo lista de bodas, como le ocurre a Felipe -y su inmovilidad obligada tiene doble lectura- que triscar por el escenario, no diré yo que con la desenvoltura de Madonna, pero sí con un aire de libertad que también ofrece interpretaciones subterráneas.En Mérida, el ex vicepresidente inalámbrico del Gobierno se apareció ante los suyos como un anacoreta que bajaba de la cueva con la verdad revelada y un montaje de sonido que digo yo debe de haber maquinado estos últimos días, mientras se sentía el más deseado, y los compañeros renovadores de su partido se las apañaban para cerrar el programa de actuaciones sin la ayuda de quienes, aunque perdedores, todavía siguen controlando el aparato.Calmo y seguro, moviéndose como un artista y aprovechando la soltura para acercarse al proscenio como Sara Montiel cuando requiebra al público -sólo que Guerra piropeó a Mendiluce: nunca le agradecerán lo bastante a este hombre que les apoye, con la fuerza y honestidad que transmite-, Alfonso Guerra contó lo que sus seguidores querían oír.Frente a la mercancía que vende González en sus intervenciones -del tipo "aquí estoy, soy vuestro, soy bueno, los otros no me merecen"-, pasa revista a los logros, se remite a la actuación ideal de una izquierda no menos idílica, saca el fantasma de la dictadura y lo sacude, se mete con los contrincantes políticos con evidente gracia -en especial cuando contraataca a un Aznar que se dice forofo de Azaña mientras veranea en la casa de Onésimo Redondo-, se hace eco de Anasagasti para desprestigiar a Pilar Rahola y, de paso, a la comisión Luis Roldán, y comenta el último libro que ha leído: la biografía de Franco de Paul Preston, un volumen, según, él, demasiado caro.
Todo muy mezcladito, con muy buen sonido. Y la gente, entregada. La gente, que había saludado previamente con gran entusiasmo a Rodríguez Ibarra cuando disculpó a los socialistas ausentes -calvas poco militantes en el cemento de la plaza de toros- "porque están celebrando la primera comunión, ¡y la celebran en un restaurante, como sólo los ricos podían hacer antes!", toma castaña.
Pese al microfonillo en la camisa, pese a la demagogia, quien estuvo espléndido en Mérida fue Fernando Morán, que parece haber encontrado ya su discurso definitivo: un discurso de izquierdas, no exento de autocrítica de partido ni de referencias a la época en que le hacían chistes. Mendiluce también va cuajando.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.