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Uno torea y todos de acuerdo

Domecq / Ortega, Rincón Sánchez

Toros de Marqués de Domecq, discretos de presencia, 1º y 5º sospechosos de afeitado, cojitrancos, manejables. Ortega Cano: estocada corta trasera y tres descabellos (pitos); estocada atravesada, rueda de peones y tres descabellos (bronca). César Rincón: estocada tirando la muleta -aviso con mucho retraso- y dobla el toro (vuelta con algunas protestas); estocada atravesada (división). Manolo Sánchez: estocada corta atravesada y descabello (silencio); estocada corta descaradamente baja (oreja con algunas protestas). Enfermería: asistidos los picadores Anderson MuriHo de evisceración de testículo, pronóstico reservado, y Antonio Pinilla, de contusión leve en hemitórax. , Plaza de Las Ventas, 27 de mayo. 141 corrida de feria. Lleno de "no hay billetes".

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Va uno, y torea, y pone a todo el mundo de acuerdo. Es lo que ocurrió con Manolo Sánchez y su toreo cuando Las Ventas era un guirigay.Venía el lío de la cementera taurina, la patología vacuna, la vocación -iconoclasta del 7 y la enternecedora sensibilidad de un torero vestito de martirio. Y entre lo que soltaban por chiqueros unos que la tienen como el cemento, el renqueante tranco de los toros, los cuernos impresentables de un par de ellos y la indignación que provocaba todo eso en el 7 -y en el 4, y en el 8, y en el 748-, la plaza parecía un mercado, allí se oía gritar lemas, reclamar lidias, denunciar delitos de lesa tauromaquia.

También ocurrió que la corrída carecía de interés y el aburrimiento producía reacciones marginales a los sucesos del ruedo, ,donde los toros no aportaban emoción, ni los toreros arte. Sólo la cogida que sufrió el picador Anderson Murillo al caer al descubierto, sobrecogió el ánimo y enmudeció las voces.

El toro empitonó a Anderson, Murillo por donde más duele, le campaneó entre las astas, y al terminar el percance no se crea que el hombre estaba en un grito ni corrió a la enfermería; antes al contrario, volvió. al tajo, cabalgó el percherón, pegó los puyazos reglamentarios, y sólo entonces acudió a que le repararan el daño sufrido en sus cristianas carnes. Llevaba un testículo colgando. Es verdad que los picadores buenos están hechos de pasta especial. Debe ser la crionita o algún otro material galáctico.

El diestro Ortega Cano, en quien los poetas tienen depositadas sus complacencias, salió vestido de morado quizá para darles motivos de inspiración, si bien diversos autores sostienen que vestidos de semejante tono pueden traer sinsabores. Fuera por esta causa o por otra distinta, es el caso que el amoratado diestro no dio pie con bola. Venía boyantóh. el primer toro, se quitaba; venía encastado el cuarto y pegaba un respingo.

Los del 7 -con los del 4, y los del 8, y los del 748- le reprochaban su incorrecta forma de citar y al oirlo, Ortega Cano cogió un globo. Se encaraba con los protestones, luego miraba al resto de la plaza como pidiendo solidalidad contra aquella, incomprensión hacia su condición de persona humana y de figura del toreo. Pero el resto de la plaza, habitualmente defensora de los toreros, no estaba por la labor y le mandaba al toro. "¡Toree usted!", se oyó decir.

Toree usted... Los hay optimístas. Pedir toreo en esta época equivale a pedir la luna. El mismo César Rincón, torero cabal, tenía perdido el canon y el norte. A su primer toro lo toreó descargando la suerte y se lo afearon; al quinto, más topón que resabiado, no logró dominarlo e incluso se vió desbordado en diversos. pasajes de la faena.

Salió él sexto, el público seguía discutiendo el sexo de los ángeles, y Manolo Sánchez -que antes había toreado sin temple ni gracia un inválido sorprendió con un muleteo de exquisita factura, sacó el toro a los medios, embarcó el redondo, cifió el de pecho, y puso a todo el mundo dé acuerdo para corear 'los olés de las grandes solemnidades. Recrecido en su torería, se echó Sánchez la muleta a la izquierda, cargó la suerte en dos naturales y al tercero salió volteado de mala manera. La cogida, afortunadamente incruenta, añadió emoción al arte y ya se celebraba unánimemente el triunfo cuando el propio torero lo emborronó matando de un sablazo horroroso. Y hubo de reproducirse el debate, ahora acerca de la legitimidad de conceder una oreja en Madrid por un bajonazo. ¡Qué sino! Por unas razones u otras, nunca puede haber paz en Las Ventas.

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