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EXCURSIONES: PUERTO DEL REVENTÓN

Una soberana paliza

Cuando a un puerto lo llaman Reventón, en lugar de Vistahermosa o Alto del Paraíso, cabe sospechar que no es un puerto cualquiera. Pero de ahí a creerse a pie juntillas cuanto se ha dicho sobre él, hay un largo trecho. "Hágase a pie o a caballo", escribía una hiperbólica pluma del Club Alpino en el año 1919, "el resultado es siempre el mismo: se termina reventado por la fatiga y el aburrimiento".Tampoco hay que exagerar. Si bien es cierto que la subida pone las pantorrillas al rojo vivo, con cerca de 900 metros de desnivel a partir de Rascafría, no lo es menos que ya en tiempos de Carlos III un trotamundos como Antonio Ponz pudo acometerla sin rechistar.

El camino que trajo don Antonio (Viaje de España) era el que unía dos venerables monasterios: el del Paular y el de La Granja. El sendero se hallaba jalonado por mojones de piedra, pero después de alguna repoblación forestal se les olvidó (o les dio pereza) restituirlos, y hoy apenas quedan unos cuantos. Más que por lo empinado, el ascenso siempre tuvo mala prensa por las nieblas y nieves, así como por la nómina de despeñados en el precipicio de la Tildaraña y el barranco del Lucero.

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Aliciente para montañeros

Todo ello, antes que una pega, es un aliciente para todo montañero que se precie. Otro aliciente estriba en lo impreciso del sendero a seguir, muy desdibujado a medida que se interna en el abigarrado robledal de media ladera y en el enrevesado cambronal de más arriba. Por eso, conviene acudir a esta marcha con la lección bien aprendida y resignados a dar algún que otro palo de ciego.Se sale de Rascafría por la calle que sube hasta las nuevas escuelas -la primera a la izquierda según se viene del Paular- y, después de atravesar unas vaquerías (es fácil guiarse hasta ellas por el olor) y unos dilatados prados, habrá que progresar dejando a mano izquierda una alambrada metálica hasta tropezar con una portillera de hierro. Aquí, giro a la derecha y chapuzón en el robledal por senda bien definida. Una segunda portilla da paso a un calvero pelado. Sobre el mapa, la cota 1.549 cae al norte. Cruzando la pista forestal que discurre a media ladera, proveniente del puerto de Navafría, surgen los primeros mojones. En total, unas tres horas de caminata.

Desde estas alturas (2.034 metros), las vistas son dignas del National Geographic. El profundo valle del Lozoya se abre al este, con las mínimas obras humanas del Paular, Rascafría, Oteruelo y Alameda amenazadas por la afilada cola de plata del embalse de Pinilla. Al oeste se tiende la llanura segoviana, cuya puerta, custodian las esfinges de los jardines de La Granja. Y al sur descuella, por decirlo con el candor dieciochesco de Antonio Ponz, "un pico que llaman Peñalara, y es, al parecer, la punta más elevada de toda la serranía. Da su nombre a una laguna no muy distante de ella, donde a veces se levantan fuertes tempestades, y es en lo que dicen tener su origen el río Lozoya".

Tales son, precisamente, las Ares alternativas que se le presentan al caminante después del soberano reventón. Desandar el camino es lo fácil, y tal vez lo único factible para quien haya dejado el coche aparcado bajo la olma centenaria de Rascafría. La segunda opción consiste en proseguir por la cuerda hasta la laguna de Peñalara , poner allí los pies en remojo y después llegarse hasta Cotos. Y, por último, cabe destrepar por la ladera occidental hasta el Real Sitio de San Ildefonso. Esto ya no es Madrid, pero almorzar sus alubiones bien vale la transgresión.

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