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Tribuna
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Escenarios

Hoy, la actualidad es el futuro. La verdadera crisis es la anticipación de lo que ha de venir y, por ello, la auténtica ocupación presente deberá ser, ante todo, preparar el futuro próximo.La solución vigente desde 1982 -la hegemonía socialista indiscutidamente liderada por González- está agotada tanto por el mal uso del tiempo como por el abuso del poder. Puede, y a mi juicio, debe durar hasta salir de la crisis, porque en tiempos de turbación son malas las mudanzas, y acercarse "con honor" al fin de la legislatura. Pero sería erróneo insistir en mantener a medio plazo todo igual, so pena de que, como ha ocurrido en Italia, todo cambie radicalmente.

Ahora bien, para que la salida sea factible es preciso prepararla ya. Si, desde 1989 en adelante, se hubiera fomentado la concertación entre las fuerzas moderadas -en la izquierda, en la derecha o en los grandes nacionalismos- en vez de su confrontación, hoy estaríamos en situación bien distinta.

El consenso fue la matriz de nuestra democracia y deberá ser su tónica en tiempos de crisis. La coalición es la forma normal de gobernar cuando no hay mayorías absolutas. La cultura de la coalición y el consenso no se improvisa. Se gesta con templanza y prudencia. Con discreción, habilidad y buena educación.

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Y los entendimientos de este tipo serían hoy muy valiosos y lo serán más en el futuro. Porque, a falta de ellos, ¿cuáles podrían ser los escenarios políticos alternativos al actual?

Una improbable mayoría absoluta del PP enfrentada con el PSOE y los nacionalismos como nunca lo estuvo el PSOE entre 1982 y 1993. Y en España, ni aun con mayoría absoluta, puede gobernarse contra todos. Nadie debe ser satanizado, pero tampoco dar motivos para que le satanicen.

O una mayoría relativa del PP que, de seguir las líneas actuales, va a tener difícil no ya coligarse, sino entenderse con el PNY y CiU, lo cual supone una gravísima alternativa: bien un Gobierno minoritario, bien la imposibilidad de formar Gobierno aun siendo la opción más votada. Lo primero difícilmente tolerable por la sociedad, lo segundo aún más difícil de digerir por quienes se reputen vencedores.

Pero la tercera opción alternativa a la actual puede ser un entendimiento entre un socialismo izquierdizado por su evolución interior y la propia Izquierda Unida, fortalecidos con un muy activo apoyo sindical. La dinámica general de España, con el desprestigio de los grandes partidos, el declive del PSOE, el relativo estancamiento de liderazgo del PP y la catastrófica situación en que se erosionan, con culpa o sin ella, tipos, clases e instituciones de una u otra manera vinculados a la derecha, impide excluir tal escenario, y el próximo Parlamento andaluz podría ofrecer el banco de pruebas.

No hay que excluir que, ante la amenaza de tal situación, surja en España, como ha ocurrido en Italia, un "polo de libertad". No sé qué es peor, si el remedio o la enfermedad; pero la democracia inaugurada en 1977 merecería una meta mejor.

Y con la inoportunidad propia de nuestra historia, todo ocurre cuando por circunstancias globales, pero también por graves errores domésticos, la crisis nos ha desgastado, la recuperación que llega puede frustrarse por inactividad tanto como por irresponsabilidad y poco puede esperarse del exterior. La Europa de hoy no es la que, contra toda evidencia, se creyó iba a ser, pero ni siquiera es tan eficaz como la de los años setenta.

Todo eso sin contar escenarios aún más dramáticos en los que la desvertebración institucional pondría en cuestión el orden por comunión en el que la legitimidad democrática se enraiza y de los que hoy, felizmente, es aún prematuro hablar. Quienes desde la derecha reclaman el cambio a toda costa sin vertebrar primero una alternativa programática y estratégica deberían pensar cuál es la dirección del cambio que pueden llegar a provocar.

Pero no sería la primera vez que la derecha, ante los desmanes de la izquierda, se torne populista y se lleve por delante a las personas, las instituciones (desde los banqueros a la inteligencia militar) y con ello a los valores que estaban en su raíz. Yo me resisto a creer que, frente a toda esperanza, la planificación del desastre esté ya cerrada y sea irrevocable. Creo que podrá aún esperarse y exigirse de las fuerzas políticas, los líderes de opinión y los dirigentes sociales un esfuerzo de sentido común para abordar una sana operación de Estado. La que pasa por serenar los ánimos, moderar ambiciones y pactar soluciones, como se hizo en los años setenta para llevar a cabo la transición.

Y con ello no se invoca la inexistente benevolencia de todos, sino el que debería ser común instinto de conservación.

es miembro de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas.

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