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Disciplina en el ruedo

En una corrida nada se deja al azar; todos tienen su lugar y trabajo específico

Una corrida de toros es un espectáculo perfectamente organizado. Nada se deja a la improvisación. Todo responde a un cuidadoso ritual en el que cada uno de los participantes cumple con su papel y sabe perfectamente cuál es su lugar en cada momento. Tiene incluso sus propias claves para que el espectador sepa si lo que se dispone a presenciar es la lidia de toros o novillos, según qué recorrido sigan los alguacilillos hacia la puerta de cuadrillas.Los matadores, por obligación, tienen que estar en la plaza quince minutos antes de que comience la corrida. Suelen cumplir con el reglamento, pero siempre con el tiempo justo. A ninguno le agrada salir del hotel con excesivo adelanto, por lo que cualquier complicación en el tráfico les supone llegar con retraso. Más de uno no tiene ni tiempo para pasar por la capilla, y aún se recuerda cuando hubo que esperar a Luis Miguel Dominguín un cuarto de hora para iniciar la corrida.

Los minutos previos al paseíllo son de gran nerviosismo para el matador, sobre todo cuanto torea en Las Ventas. Por eso nunca quiere presentarse pronto en la plaza. La furgoneta en la que se traslada con su cuadrilla le deja ante la puerta del patio de caballos, que franquea por medio de un angosto pasillo habitualmente lleno de curiosos y admiradores.

Se dirije a la capilla directamente, donde está garantizada la intimidad de quienes allí entran en busca de encomendamiento. Cuando sale, ha de hacerse paso nuevamente a través del tumulto que se agolpa en el camino, esta vez del que busca sus tendidos, hasta el patio de cuadrillas. Allí permanece los últimos diez minutos con la mirada perdida, recibiendo saludos de amigos que, en esos momentos de angustia, por lo general, ni siquiera reconoce.

A las siete menos cinco, comienza a despejarse el patio de gente. Quedan solos los toreros. Empiezan a ajustarse los capotes de paseo. Musitan la última oración. Suena la música. Es la hora del paseíllo. Cada uno ocupa su lugar para desfiar. Luego durante la lidia. hay que seguir comportándose con disciplina, según mandan los cánones, porque todos tienen su sitio y su misión en el ruedo.

Sale el toro y los tres subalternos del matador ocupan los burladeros para llamar la atención de la res, si es necesario, y fijarla. Luego, en el tercio de varas, dos se quedan junto al picador para lo que mande el matador llevar la res al caballo o quitarla, mientras el tercero se va a cubrir puerta con el otro varilarguero, que será quien actué en el segundo toro.

En el tercio de banderillas, un subalterno coloca al toro mientras su compañeros banderillean. Uno pone el primer y tercer par, y otro, sólo el segundo. Éste vuelve a repetir en el siguiente toro, en el que los dos peones anteriores se intercambian el trabajo: quien antes bregó, ahora coge los palos.

Los matadores a los que no les corresponde el toro que se lidia permanecen en el ruedo durante estos dos tercios. En el de banderillas, un subalterno de la siguiente cuadrilla en actuar se sitúa a la salida del par para ayudar a realizar el quite.

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