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La resurrección de El Salvador

Mario Vargas Llosa

De Alfredo Cristiani, el presidente salvadoreño de 46 años que, luego de cinco años de gobierno, pasa la posta en estos días a su. sucesor, puede hacerse el mejor elogio que cabe para un gobernante: deja su país mucho mejor de como lo encontró.En 1989, El Salvador parecía al borde de la desintegración. Una suerte de empate militar entre los guerrilleros del FMLN (el Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional) y de las Fuerzas Armadas presagiaba una eternización de la guerra, que había causado ya unos cien mil muertos, la inmensa mayoría de los cuales eran familias campesinas humildes asesinadas en masa por fanáticos de extrema izquierda o de extrema derecha convencidos de que el arma más eficaz para derrotar al enemigo era el terror. El Gobierno demócrata-cristiano de José Napoleón Duarte (un hombre bien intencionado y valiente, pero ineficaz) terminaba su período contra las cuerdas, con la economía en ruinas, diarios escándalos de corrupción y pandillas de revolucionarios, delincuentes comunes y los escuadrones de la muerte haciendo de las suyas en un país en el que las instituciones semejaban fachadas decorativas y la ley poco menos que letra muerta.

Cristiani fue el candidato de ARENA (Alianza Republicana Nacionalista) en las elecciones del 89, porque el líder de este partido de derecha, el mayor Roberto d'Aubuisson, a quien se acusaba de estar vinculado a los escuadrones de la muerte e, incluso, al asesinato del Arzobispo Romero, había sido vetado por los Estados Unidos, bajo amenaza, al parecer, de cortar toda la ayuda militar sin la cual el Ejército salvadoreño difícilmente había resistido el acoso de la guerrilla. Casi sin credenciales políticas, este parco y tranquilo hombre de negocios, luego de graduarse en una Universidad de Estados Unidos, había »administrado hasta hacía poco una finca de café.

Cuando prometió, en su discurso de investidura, que su gobierno buscaría una paz negociada con el FMLN, ni partidarios. ni adversarios le hicieron mucho caso. ¿No parecía una quimera hablar de paz cuando su pequeño país (de apenas 22.000 kilómetros cuadrados) crepitaba sangre y odio por todos sus oros? Sólo en su primer año de gobierno, la guerrilla lanzó dos ofensivas militares -en la segunda de las cuales se combatió, calle por calle y casa por casa, durante dos semanas, en la ciudad de San Salvador-, asesinó a varios miembros del gabinete, y los escuadrones de la muerte del Ejército perpetraron también crímenes horrendos, entre ellos el asesinato de los seis jesuitas de la Universidad Centroamericana, el 16 de noviembre de 1989.

Y, sin embargo, la tranquila perseverancia y las discretas habilidades de este mandatario nada tropical -nunca alza la voz ni gesticula, sus discursos son brevísimos, reflexivos y pausados- fue creando poco a poco una dinámica de paz, que, con el patrocinio de las Naciones Unidas, conduciría, en enero de 1992, en la ciudad de México, a la firma del Tratado que puso fin a la guerra civil, desarmó á los combatientes e incorporó a los antiguos insurrectos del FMLN a la vida política democrática de El Salvador.

Pero tal vez el mayor éxito alcanzado por el gobierno de Cristiani no fuera la negociación con los rebeldes, sino persuadir a las Fuerzas Armadas de que no había otro camino para salir del atasco y, sobre todo, de que acataran unos acuerdos que contenían, en lo relativo a ellas, estipulaciones tan severas como la purga de ciento siete oficiales de alta graduación -de hecho, casi toda la cúpula de la institución- y el reemplazo de la policía -hasta entonces parte orgánica del Ejército- por un cuerpo de policía civil, adiestrado por asesores de instituciones policiales de países democráticos como España, al que tendrían acceso los ex-guerrilleros.

Cuando le pregunto de qué argumentos se valió para hacerse escuchar por los sectores militares y de su propio partido, ARENA, más reacios a la idea de una futura coexistencia con los rebeldes del FMLN, me responde, sin vacilar: "El asesinato de los jesuitas marcó una frontera. Trajo tanto desprestigio en el ámbito internacional a la institución militar por la complicidad de algunos oficiales del comando con el crimen, que los sectores extremistas quedaron muy debilitados y ya no tuvieron fuerza para obstruir el diálogo. A partir de entonces, unos de mala gana, otros de buena, todos terminaron por aceptar que no había otro camino para romper el círculo vicioso en que estábarnos". -

Conversamos en el Palacio de Gobierno, una vasta y lechosa construcción, finisicular que parece un híbrido de la Iglesia del Sacré Coeur y un edificio de Gaudí: una brisa cálida hace ondear las palmeras del jardín, cuyas ramas se entrometen por la hermosa balaustrada de madera del segundo piso. Dentro de unos minutos tendrá lugar el último consejo de ministros y estas damas y caballeros se llevarán luego a sus casas, de recuerdo, la silla en que se sentaron estos años en las reuniones semanales del gabinete.

"Las sillas serán repuestas, desde luego", me precisa, y no está bromeando. Éste es otro aspecto de sus cinco años de gobierno que constituye también una desacostumbrada hazaña en América Latina: nadie acusa en El Salvador, a este presidente que concluye su mandato, de ladrón. Por el contrario, en los cuatro días que llevo aquí, amigos y enemigos de su gobierno, con quienes he hablado -decenas de personas, de todas las valencias políticas- son unánimes en señalar la, integridad personal de Cristiani y en reconocer que durante su régimen no ha habido nada que ni remotamente recuerde los escándalos de corrupción en el pasado reciente en Brasil, en Venezuela, en Argentina, en Perú. Los episodios de malos manejos y tráficos desde el poder ocurridos han sido mínimos y se han ventilado todos ellos en el Congreso o ante los tribunales. Los salvadoreños han comprobado, pues, en estos cinco años que la democracia puede ser un recurso eficaz contra la violencia política, y que hay gobernantes que saben resistir la tentación de la pillería.

Han comprobado, también, que las reformas económicas de corte liberal pueden hacerse en un régimen de legalidad y libertad y traer beneficios rápidos al conjunto social. El gobierno de Cristiani introdujo desde el principio políticas de mercado, bajando los aranceles y abriendo la economía a la competencia intemacional, equilibrando el presupuesto, reduciendo drásticamente la burocracia, privatizando el sector público y estimulando las inversiones. El resultado son cuatro años seguidos de desarrollo y, en el último periodo, un verdadero despegue: 7% de crecimiento económico en lo que va corrido del año. Parece mentira que esta nación tan pequeñita y atestada, que hace sólo unos cuantos años parecía a las puertas de un cataclismo sin remedio, figure ahora, con Chile y Argentina, como una de las economías más saneadas y emergentes de todo el hemisferio.

Naturalmente que los problemas son aún colosales y que, como en el verso de Vallejo, "falta muchísimo que hacer". Las enormes desigualdades económicas, que queman los ojos sobre todo cuando uno sale de la ciudad,' son incompatibles con el principio democrático básico de la igualdad de oportunidades, y la creciente delincuencia común -obra, en parte, de tanto policía y revolucionario desocupado por los acuerdos de paz- es una potencial amenaza contra la estabilidad social. Pero la verdad es que en El Salvador se respira una atmósfera de reconciliación y de optimismo cara al futuro que, tal vez, no haya vivido nunca antes este país.

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La resurrección de El Salvador

Viene de la página anteriorEs la tercera vez que estoy aquí y la transformación es tan notable que tengo que frotarme los ojos para creer que veo lo que veo, leo lo que leo y oigo lo que oigo. El líder ex guerrillero Joaquín Villalobos recusa el marxismo y se declara social-demócrata, junto con un grupo de flamantes representantes del Farabundo Martí elegidos a la Asamblea Nacional, lo que motiva las recriminaciones de otro sector ex rebelde, también con curules parlamentarios. La polémica de los antiguos aliados tiene como tribunas los principales diarios, radios y cadenas de televisión. La Democracia-Cristiana ha sido ferozmente castigada por los electores en la última consulta, en tanto que ARENA resultó poco menos que plebiscitada. El principal partido de oposición, el FMLN, obtuvo la cuarta parte de los votos válidos. Ha comenzado el retorno de los que emigraron, expulsados por la guerra o por el hambre, y ahora, más bien, El Salvador comienza a recibir una inmigración económica. de los países vecinos, obreros y campesinos en busca de seguridad y de trabajo. La repatriación de capitales, que habían fugado a Estados Unidos, asegura al país un flujo sostenido de divisas, y, como si los hados hubieran querido además premiar al país por sus esfuerzos, en el mercado internacional han- sufrido los precios del café, el principal producto de exportación.

Alfredo Cristiani debería sentirse feliz. En lugar de salir de este Palacio blancuzco y destellante, protegido y ocultándose, como tantos de sus colegas latinoamericanos, vuelve a su casa más popular de lo que entró. Pero nada de esa felicidad se nota en su austera expresión, en sus maneras inhibidas y modestas, en sus palabras que rehúyen tanto el estereotipo como el brillo. ¿Qué va a hacer ahora? Quedarse en El Salvador, por supuesto. Hará un corto viaje por el extranjero y regresará a ocuparse de su finca de café, muy descuidada últimamente. La guerrilla la destruyó y hay que reconstruirla desde sus raíces. No va a olvidarse de la política, naturalmente. Pero le gustaría trabajar, sobre todo, en su partido, en las organizaciones de base, en la formación de los jóvenes dirigentes de barrio y de aldea, en ese primer escalón anónimo de la participación cívica que es el de la militancia partidaria.

Desde que lo conocí, en los primeros tiempos de su gobierno, cuando lo vi guardar la serenidad más absoluta en medio de la tormenta que vivía su país,y observé los empeñosds esfuerzos que hacía, en sus presentaciones públicas y en sus conversaciones privadas, para no ser 'carismático', y hablar con razones, tratando de dominar siempre la emoción, tuve la intuición de que había en Alfredo Cristiani un político bastante fuera de lo común, en estos lares tan propicios a los caudillos estentóreos, a los demagogos fanfarrones, a los pícaros . simpatiquísimos. Y la verdad es que lo ha sido, hasta lo excepcional, sin perder su modestia y -ésa es la impresión que me da, en este nuevo encuentro, casi cinco años después que el anterior-, acaso, sin darse cuenta cabal de todo lo que ha logrado. ¿Se da cuenta, por ejemplo, que gracias a él ARENA ha adquirido la imagen de un partido político popular y respetable cuando hace apenas unos años se lo tenía por mera fachada de la ultra derecha y de los escuadrones de la muerte? ¿Que, en apenas un lustro, debido a su política de paz y a sus convicciones liberales, El Salvador pasó, de ser tenido por una especie de país bárbaro y sin remedio, a convertirse en un modelo para sus vecinos y casi todo el Tercer Mundo?

Mejor que no se dé cuenta, para que nunca se le suban los humos ni empiece a creerse el salvador de El Salvador. No lo ha sido. Ha sido sólo el gobernante honrado y eficaz que aprovechó todos los recursos que tenía a su alcance para mejorar lo que encontró, que actuó siempre con su espíritu pragmático, dentro de la ley, que dijo siempre a su pueblo lo que pensaba y que hizo siempre lo que decía. Pero, eso, es ya muchísimo.

Copyright Mario Vargas Llosa, 1994.

Copyright Derechos mundiales de prensa en todas las lenguas reservados a Diario EL PAÍS, SA, 1994.

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