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Hecatombe gastronómica

Manuel Rivas

En primer lugar, y empezando por lo fundamental, podría producirse en Galicia una seria hecatombe gastronómica. ¿Qué hará mi tío Manolo con el jabalí y mi primo Xan con la docena de lampreas? ¿Quién se chupará los dedos con los percebes, los camarones y las nécoras de mi cuñada Coro? ¿Quién se beberá la botella de Amandi, el vino de los dioses, y la de Albariño y la queimada con aguardiente de Portomarín? ¿Qué se hará de los 2.800.000 comensales invitados a la gran fiesta de la Confederación Atlántica de Aldeas y Comarcas? ¿Qué se hará con las bombas de palenque y con la alborada de gaitas afinadas a lo largo de la temporada? ¿Bien pensado, alguien tendrá que comerse y beberse todo esto? Y, ¿quién mejor que nosotros? Al fin y al cabo, llevamos celebrando derrotas desde hace 20.000 años. Si gana el Barça, lo celebraremos igual. ¡Allá ellos!Resuelto el asunto de la paparota, aliviadas y ahogadas las penas, el problema que queda es de orden histórico. España entera se habría perdido una revolución positiva. Todos los países necesitan una periódica sacudida y a los ricos, ya lo dice Galbraith, les viene bien un susto de vez en cuando. Si gana el Barça, sucederá lo que tenía que suceder. Las cosas estarán en su sitio. Los poderosos arriba y los descamisados abajo. Y Johan Cruyff declarará con soberbio pico de oro: "Ya lo decía yo".

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Todos nos perderíamos lo imprevisible. Ganaría el realismo frente a lo mágico, frente a los sueños. Lo conocido, frente a lo desconocido. Nos perderíamos el gran espectáculo de ver de campeón a Arsenio, que es algo así como si Merlín encontrase el Santo Grial en forma de balón. Ganarían los símbolos del poder económico del este frente a la promesa periférica del Far-West. En el fondo, y pese a las apariencias, la victoria del Barça sería la del pasado frente al futuro, la de la Europa industrial sobre la santísima trinidad, el árbol, la vaca y el pez. Lo ecológico es que se lleve la Liga el Deportivo.

Que gane el Barça, en el fondo, no supone nada. Triunfaría la lógica, lo establecido. Nos comeremos la mariscada y al día siguiente una borrasca de las Azores espabilará la resaca. Nos habremos perdido el final feliz de una gesta romántica y volveremos al puto realismo. Lo peor de todo será cuando el cuñado Toño llame por teléfono desde el otro lado del mar. Habrá que decirle lo que pasó. Nada.

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