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Tribuna
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Volver

Una de las cosas buenas que tiene el no haber estado aquí mientras caían cagarrutas de punta es que vuelves hecha una rosa, algo culpable por no haber recibido tu ración de mierda cotidiana, pero llena de ganas de pelear para que los conciudadanos de rostros ojerosos y espaldas abatidas entre quienes ahora camino no se dejen llevar por la depresión. Leo periódicos y escucho la radio, y el excedente de chorizadas e histeria política resulta todavía de tal calibre que fácilmente imagino cómo habrá sido la historia durante las últimas semanas calientes.Así como llego yo, con la cabeza más fría, lo primero que me choca es que la clase política se haya quedado con el monopolio de la noticia: parecería que en este país no pasa nada más, que a la gente en la calle, en las fábricas, en el campo o en las escuelas no les ocurre nada.

Mangantes, estafadores, dimisionarios, sucesores, despechados, primadonnas de la política: están en todas partes. ¿Dónde están los demás? Leyendo los periódicos y escuchando las radios y observando, atónitos, a un presidente del Gobierno y un jefe de la oposición que interpretan cada uno su propio solo: Felipe dándole al arpa y Fujimari a la batería en plan heavy metal. Los dos igualados por su alejamiento de lo real y muy necesitados, de paso, de que les cambien el asesor de imagen.

Política y sucesos metidos en las mismas páginas, y queda muy poco espacio para la vida. Quizás por eso lo que más me apetece al volver es que alguien me mande a recorrer este país de un punto a otro para enterarme de quiénes somos, qué estamos haciendo y qué nos está pasando. Uno de los peligros más sibilinos que nos acechan es que, además, nos conviertan en meros espectadores del circo.

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