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Si Italia fuera un país de Africa

Tahar Ben Jelloun

Si Italia fuera un país de África se habría hablado de golpe de Estado ante la llegada al poder de Berlusconi, tan rápida. Desde luego, no es un golpe de Estado militar, sino de los medios de comunicación. La sociedad de espectáculo que describía el filósofo Guy Debord a comienzos de los años sesenta ya no es una teoría; es una realidad encarnada en la actualidad en políticos venidos del mundo de las imágenes y del deporte, que confunden con cierta desenvoltura el Estado con el circo, el Estado con el cine, el Estado con la televisión.Guy Debord denunciaba la comercialización de los valores. Sólo cuentan los valores comerciales, que aseguran una rentabilidad a los que los manipulan. El discurso político se fue vaciando poco a poco de sustancia para convertirse en un carnaval de imágenes en sucesión bien calculada; lo importante ya no es el pensamiento, sino la presencia. Lo importante no es lo que se dice, sino la forma en que se dice. Hay que dar la impresión de que se dicen cosas fundamentales. Qué más da el fondo; sólo prima la forma. Lo que cuenta es aparecer, representar un personaje, saber poner en escena el espectáculo. Los políticos han aprendido a hablar sin decir nada. Sólo saben hablar mediante tópicos.

Veamos más de cerca cuáles son los valores que defiende el sistema Berlusconi. No se trata de hablar de sus alianzas con los neofascistas y la gente de la Liga lombarda. Eso es una táctica, no corresponde a una filosofía. ¿Cuál es la visión del mundo de Berlusconi? ¿Qué sociedad propone al pueblo italiano? Aire, imágenes, artilugios, ideas al vacío, algo de gomina para el pelo, un himno a la fuerza de la edad e incluso a la belleza tal como la exhiben las modelos; en resumen, su visión no va más allá de su propia imagen, cuidada, maquillada y tranquilizadora. De hecho, aunque todos los políticos están enfermos de narcisismo, Berlusconi es más que narcisista, es una película con un solo actor en la que aparece en primer plano desde el principio hasta el final.

Sadat, ex presidente egipcio, y Gaddafi, el jefe de Estado libio, querían convertirse en actores de cine en su juventud. Enviaron su fotografía a una revista de cine para proponerse como actores. En aquella época eran unos desconocidos. Nadie les contrató. Hicieron sus películas más tarde. Sadat estuvo más inspirado que Gaddafi, pero lo que más les motivaba (a ambos) era más el aparentar que el ser. Hicieron espectáculo. Uno murió por ello, y el otro vive castigado. Si Gaddafi hubiera invertido en cadenas de televisión en lugar de financiar grupos de militantes extremistas, si hubiera comprendido que la ciencia de hoy es la comunicación, no viviría en este momento bajo un embargo bastante humillante. Por eso la irresistible ascensión de Berlusconi da motivos de preocupación a la democracia.

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La sed de poder es insaciable. ¿Por qué iba a pararse Berlusconi en el camino? La técnica democrática le señaló para dirigir el país al tiempo que ponía de relieve temas en los que la mentira y la demagogia halagan a una gran parte de la opinión pública. Lo que tiene de grave este triunfo es que se observa una ausencia de convicciones, un vacío ideológico, y se le ofrece el poder. Pero detrás de ese vacío merodean la voluntad de poder, la atracción por la fuerza, la falta de pudor y, desde luego, un proyecto de sistema totalitario.

Pero Italia no es un país del Tercer Mundo. Es una de las cunas de la democracia. Fue esa misma democracia la que permitió al Estado-mafia suplantar en determinadas zonas y momentos al Estado de derecho, y la que hoy entrega el país a un saltimbanqui que tal vez lo convierta en un estudio de televisión o en una fábrica de dudosa rentabilidad. Si logra implantarse, se convertirá en un ejemplo, o incluso en un ideal, para otras democracias europeas. En Francia están bastante impresionados por la rapidez con la que Berlusconi conquistó el poder. Su partido, Forza Italia, es un partido de olla exprés, la cazuela que emplean las amas de casa con prisas. Como se sabe, los manjares que se cuecen en una olla exprés no saben bien. Berlusconi tiene que saberlo, puesto que le gusta la buena cocina. Pero su mesa no tiene nada que ver con la mesa del pueblo italiano, preocupado por los problemas del paro, las dificultades de la vida y la conciliación del Sur con el Norte.

Los países del Tercer Mundo se desviarán probablemente del modelo europeo. A los que les dan lecciones a propósito de la democracia y de los derechos humanos les costará convencerles para que se suban al tren de la democracia occidental cuando ésta permite llegar al poder a un partido neofascista, aliado con una liga nacionalista y un movimiento populista de vocación totalitaria.

Curiosamente, ahora que Italia ha decidido poner orden en la moral política, limpiar el país de dinero negro, de enjuagues y chanchullos, perseguir a los corruptores y a los corruptos, y volver a poner de relieve los conceptos de derecho, de legalidad y de integridad, es la derecha dura y sin escrúpulos la que se beneficia de esta revolución que parte de los principios habituales de la izquierda. En ese sentido, Italia sigue siendo un país sorprendente, asombroso y cada vez más imprevisible.

es escritor marroquí, premio Goncourt de novela en 1987.

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