Érase una vez
Érase una vez un anciano rey que tenía dos hijos. Viéndose con la vida acabada, dividió su reino, dando una mitad a cada uno de los príncipes. Tiempo después medraron en ambos reinos sendos grupos de consejeros, tesoreros y otra gentuza diversa que, aun siendo pocos en número, reunían inmenso poder. Los privilegios y favores entre ellos eran algo comente, aunque su actitud pudiera perjudicar al bienestar de los cortesanos y la propia integridad de cada uno de los príncipes. Al cabo, los cortesanos empezaron a pedir cuentas a los príncipes de lo que estaba sucediendo. Uno de los príncipes, cansado y temeroso, abandonó su país, olvidando sus deberes para con el pueblo y permitiendo de esta forma que aquellos que habían arruinado el bienestar de antaño quedasen impunes. El otro príncipe, más responsable y valiente, hizo frente a todas las críticas y aguantó en su puesto hasta lograr desenmascarar a los culpables y hacerles pagar el daño que habían causado. Hoy, quien se acerque por aquellos lugares oirá alabanzas al segundo príncipe, mientras que del primero no hallará sino olvido.-
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.