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Reportaje:PLAZA MENOR: LOS MOLINOS

Aires serranos

La Sierra, con masyúsculas, es, para el madrileño de capital, la de Guadarama, que se visumbra una vez se corona la cuesta de las Perdices, emblemática rampa en la que hacían sus pinitos al volante los primeros cachorros motorizados de la burguesía madrileña de posguerra; grande, mediana o pequeña burguesía, según la cilindrada de sus automóviles. Los padres de aquellas privilegiadas criaturas llegaban algo más allá en sus escapadas por la carretera de La Coruña, en cuyas inmediaciones florecían selectos antros de perdición, ostentosos night-clubs y discretos moteles o meublés.Los benéficos y balsámicos aires de la sierra fueron remedio para la tisis, exiliada en sanatorios con techo de pizarra, y pasto de veraneantes de la capital. En las villas de recreo y los chalés adosados, en ambos márgenes de la nacional VI, se dan cita los sucesivos experimentos arquitectónicos de los urbanistas que trasladaron al paisaje serrano sus fantasías campestres, construyendo chalés suizos, hoteles tiroleses, castillos de pega o casas regionales en honor de sus ancestros asturianos, gallegos o andaluces.

En Los Molinos, arquetípico pueblo serrano situado en la cabecera del río Guadarrama, sobrevive, en diferentes estadios de conservación, todo un muestrario de caprichosas, pero sólidas residencias veraniegas labradas, muchas de ellas en inquebrantable piedra berroqueña, por canteros gallegos que no llegaron hasta la capital en su emigración y recalaron aquí, tentados quizá por un paisaje verde de pastos y praderas, vacas y peñas de granito Jesús Pérez, alcalde de Los Molinos desde hace 18 años, a los que hay que sumar seis más como teniente de alcalde, está orgulloso del plan de ordenación de su pueblo, que no admite bloques ni adosados y pretende conservar la horizontalidad y la privacidad de sus residentes, algo más de dos mil, pero que se multiplican por siete en la temporada estival.

Jesús Pérez Pérez, alcalde por el PP, fontanero y calefactor, gobierna ahora en coalición con el PSOE y comparte de vez en cuando cañas y mostradores con Solchaga, veraneante habitual. La colonia estival de Los Molinos es numerosa y de abolengo: políticos, empresarios, artistas y, sobré todo, médicos; lo que habla, según el alcalde, del excelente clima de la villa, menos frío que el de la cercana Cercedilla, menos seco y caluroso que el de la vecina localidad de Guadarrama. En el callejero figura el nombre de algún ilustre galeno de los que certificaron con su asiduidad la salutífera fama del pueblo. El Generalísimo sigue teniendo también una avenida con su nombre. El día que su excelencia y sus compañeros de armas desaparezcan de la toponimia de Los Molinos, el alcalde proclama que se llevará un disgusto, porque él no ha cambiado de chaqueta y piensa, además, que su pueblo sigue siendo un pueblo de derechas de toda la vida, aunque sin enfrentamientos ni tensiones políticas, porque Jesús Pérez, como buen jugador de mus, es un hombre amigo del diálogo y de la coexistencia pacífica, como demuestra día a día con sus compañeros socialistas de coalición, con los que bromea a menudo sobre siglas y partidos.

Jesús Pérez está empeñado en conseguir de Educación un nuevo comedor escolar homologado que sustituya al provisional que se montó para atender a 40 alumnos, que serán más de 90 en el nuevo curso, porque el censo de Los Molinos sigue aumentando, engrosado con capitalinos que convirtieron su segunda residencia campestre en la primera y bajan a diario a trabajar a la gran urbe. Más de 2.300 vecinos componen la población estable de Los Molinos, 600 de los cuales se censaron en estos últimos años. El pueblo, ganadero de estirpe, vive ahora fundamentalmente de la construcción y de la colonia veraniega; los pequeños comerciantes andan abrumados por la competencia de un hipermercado.

Las fiestas más tradicionales de Los Molinos se celebran el 12 de septiembre, y gozan de merecida fama por sus tradicionales encierros. En el bar La Plaza se exhiben instantáneas de los festejos taurinos de ayer y de hoy. Una nueva plaza de toros ha sustituido a la que se montaba con carros frente al Ayuntamiento. El alcalde está orgulloso de la nueva farola que con sus nueve brazos y sus leones heráldicos centra la plaza. Jesús Pérez se encaprichó de unas farolas de la playa de San Sebastián, y se llevó una decepción cuando le dijeron que, tras forjarlas, habían destruido el molde para que no fueran copiadas. Unos días más tarde se enteró de que un artesano catalán construía unas farolas muy parecidas, y no cejó hasta que una fue colocada frente a los balcones de su Ayuntamiento, coronado por un carillón que ameniza el paso de las horas.

En el pueblo hay opiniones divididas sobre si instalar también un templete de música en la plaza. El alcalde, asesorado por expertos, no es partidario: en el pueblo no hay banda de música y las modernas orquestas de baile suelen montar sus propios escenarios. El templete se comería el espacio, dice Jesús, aunque coincide en que a la plaza le falta algo, quizá un sencillo monumento, algo -dice- que tenga que ver, por ejemplo, con los encierros y la afición taurina de sus vecinos.

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El 15 de agosto se celebran también las fiestas de la Virgen del Espino, con menos raigambre, que organizan los veraneantes. Una tercera fiesta, la de San Sebastián, en enero, condensa las tradiciones del pueblo que conservan los 55 hermanos de la hermandad que lleva su nombre. El nombre de Los Molinos proviene de los nueve molinos que molían las mieses de los pueblos vecinos en las orillas del río. De su pasado le quedan a la villa la ermita herreriana (El Escorial queda cerca) de San José y la iglesia sobre cuya airosa espadaña anidan las cigüeñas, que en los últimos años se resisten a marcharse en invierno, rompiendo con sus hábitos migratorios.

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