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Como una línea Maginot

Cada vez quedan menos salidas, si es que todavía queda alguna, para acabar con un mínimo de dignidad el periodo más largo de gobierno de nuestra historia constitucional. Los socialistas han dilapidado en juegos inútiles la renovada confianza que el electorado les concedió hace unos meses. No la recuperarán en muchos años. Ahora de lo que se trata es de poner fin a todo esto sin dañar para siempre el crédito de su partido y sin causar mayor perjuicio al Estado.Porque una cosa debía estar clara a estas alturas: que la responsabilidad política existe y que nada tiene que ver con la responsabilidad vicaria. Aquí nadie añora purgas stalinianas ni venganzas mafiosas; nadie pretende que unos paguen las culpas de otros. Lo único que importa es que los políticos que han ocupado posiciones de poder asuman la responsabilidad que les corresponde, tanto por lo que hicieron como por lo que dejaron de hacer, en las prácticas corruptas de los organismos que dirigían: la ejecutiva del PSOE y el Gobierno del Estado.

La exigencia de esa responsabilidad no va a detenerse -porque nadie puede ya detenerla- en ningún escalón inferior al de la secretaría general del partido y a la presidencia del Gobierno. La trinchera de la responsabilidad personal que Laporta quiso fortificar desde estas mismas páginas es como una línea Maginot: dejaba tantos espacios abiertos en sus flancos que los alemanes ocupaban ya París cuando los franceses no habían salido aún de su estupor. Precisamente, lo que ahora pagan los socialistas es esa cultura de fortaleza sitiada que han desarrollado desde que estalló el caso de los hermanos Guerra y que se convirtió en algo similar al autismo con la revelación del caso Filesa. Cuando se avisaba de las consecuencias que inevitablemente habrían de derivarse no ya de los casos en cuestión sino de la actitud con la que pretendían hacerles frente, respondían, seguros de sus muros, de sus líneas Maginot: todo esto no es más que hacer juego a la derecha. Esta actitud de no escuchar más que las voces que llegaban del interior, esa inconcebible ceguera de atribuir a una conspiración reaccionaria cualquier cosa que oliera a crítica, esa mentalidad autista es lo que les ha impedido ver que las líneas de defensa pueden lucir cuando el enemigo ya las ha desbordado. La línea Maginot no impidió la caída de París; el muro de la responsabilidad personal no impedirá a caída de La Moncloa.Felipe González puede quedarse allí, en La Moncloa, como un nuevo Dien-bien-phu, sitiado, atrincherado en su posición a la espera de los movimientos del adversario. Pero puede también salir, organizar una digna retirada, salvar la mayor parte de la impedimenta y de la tropa, no asistir impotente a la quiebra de su posición, aprender del mariscal Ney antes que preferir la suerte del general Navarre. Salir, desde luego, porque cada fin de semana que pasa salta por los aires una línea de defensa; pero salir ¿hacia dónde?

Hay un camino que lleva de La Moncloa a la Carrera de San Jerónimo pasando por el Palacio Real y que Felipe González puede recorrer a pie, para respirar el aire de la calle y sentir sus humores. Llegado al Congreso podría presentar su dimisión como presidente del Gobierno con el nombre de un candidato socialista en el bolsillo, alguien que no haya tenido un vínculo estrecho con la ejecutiva del partido y que goce de la confianza de los nacionalistas catalanes. Luego, libre de la responsabilidad de gobierno, podría encaminar sus pasos a Ferraz y hacerse cargo de su partido para sacarlo del atolladero en que lo ha metido el reciente congreso: separar la presidencia del Gobierno de la secretaría general y establecer así dos posiciones desde las que recuperar la iniciativa. Si esto no fuera posible, quizá tendrá que emprender en unos meses la misma senda pero llevando esta vez en la cartera el decreto de disolución.

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