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Sergiu Celibidache dibuja un panorama catastrófico en el mundo de la música

El director rumano dirige en Madrid a la Orquesta Filarmónica de Múnich

Rocío García

No hay directores de orquesta. Se acabaron las ideas creativas. La enseñanza musical es un verdadero horror. No hay acústicas perfectas, salvo en Boston y Viena. Las orquestas americanas son "la ignorancia llevada a la potencia máxima". Así ve el panorama musical el gran Sergiu Celibidache, el patriarca de los tempos largos y enemigo de las grabaciones, que ve en la espontaneidad su primera cualidad como músico. El director rumano volvió ayer a hacer las delicias de los aficionados en un encuentro en la Residencia de Estudiantes de Madrid, donde, como es su costumbre, no dejó títere con cabeza. Celibidache interpretó ayer y el lunes obras de Bruckner con la Orquesta Fílarmónica de Múnich.

Creánselo ustedes. A sus 82 años, las diatribas viperinas de Celibidiche se han moderado. Ya solo califica de "veneno" y de "maestro de la psicología del público, pues de música no sabía nada", al reverenciado Von Karajan, eso sí sin nombrarle. Tampoco quiso entrar en exageradas descalificaciones de dos elefantes de la música como Giulini y Solti, porque "mis críticas no serían aceptadas ni comprendidas de inmediato". Y a la pregunta sobre los músicos europeos que dirigen en EE UU contestó con esta otra pregunta: "¿Qué directores?. Ya no hay directores de orquesta. Si quiere certificarlo, envíeme dos boletos para un concierto, pero yo le aseguro que me saldré antes de que termine".Ante un auditorio de más de 300 personas, Celibidache volvió a ser el mago teatral por excelencia. Muy relajado, -en algo se tiene que notar que es un seguidor el gurú Sai Baba- contestó y bromeó con sus admiradores a lo largo de más de tres horas. Este rumano que no se siente como tal, se definió a sí mismo como un "hombre de músculos débiles, al que le encanta el fútbol, que está triste porque no puede bailar y que no amó a Hitler, ni tampoco a Franco". Musicalmente, Celibidache no quiere oir hablar de razones intelectuales ni de teorías. "Mi principal cualidad es la espontaneidad", dijo el director de la Filarmónica de Múnich, y como ejemplo puso su actuación del pasado lunes en Madrid interpretando la Cuarta Sinfonía de Bruckner. "Hay imponderables que nacen, no se sabe porqué, y una vez presentes tu reacción debe ser viva y no pensada. No hay razones intelectuales. Sólo sé que lo hice bien y que el público de la sala hizo el crescendo musical conmigo. Fue algo contagioso, emotivo que no se puede analizar intelectualmente. Sí les puedo decir que esa noche dormí profundamente".

A pesar de sus dificultades motrices, Celibidache no titubeó un momento en levantar su pesado cuerpo del sillón y explicar con tiza y pizarra, su teoría de los tempos lentos. "¿Dónde está la riqueza de la música? Allá donde se pueda percibir el lento. Si yo me doy prisa en este sonido -dijo, señalando con la tiza el espacio entre las miles de vibraciones por segundo que un oido humano puede percibir- se pierde el de antes".

Sobre el panorama musical español, Celibidache dijo escuetamente: "Está viciado, hay mucho tráfico de influencias y muchos periodistas que no tienen ni idea de música". Sus admiradores salieron del ensimismamiento y aplaudieron con complicidad.

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