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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La vergüenza de Gorazde

GORAZDE HA caído en manos del Ejército serbio. La ciudad protegida por la ONU estaba ayer envuelta en llamas y la población buscaba la huida. Aunque la ocupación por las tropas serbias no es completa, de hecho la ciudad ha caído en sus manos. Llegan noticias de una nueva matanza -más de 300 personas muertas y más de mil heridas el domingo-. El balance final del día de ayer puede ser aún más terrible. Ya lo estará siendo el sufrimiento de la totalidad de la población bajo el terror de las tropas serbias triunfantes, envalentonadas y convencidas de su impunidad.La toma de Gorazde es mucho más que una operación militar: era una de las seis ciudades que la ONU había proclamado hace un año como zona protegida por ella. ¿De qué han servido las negociaciones y las solemnes proclamaciones de protección? Para sembrar falsas ilusiones. Los serbios han impuesto sus bárbaros métodos sobradamente aplicados en otras partes de la torturada tierra de Bosnia. La ONU, EE UU, los Gobiernos europeos y la comunidad internacional en general debieran hoy estar sumidos en la vergüenza más bochornosa. El delegado del secretario general de la ONU, Akashi, había acordado con el líder serbio, Karadzic, una serie de condiciones para evitar la catástrofe en Gorazde: pero mientras negociaban en Pale, los jefes militares serbios ultimaban el asalto a la ciudad. Ese doble juego ha sido constante en toda la guerra de Bosnia. Los Gobiernos occidentales y los enviados de los organismos internacionales se han dejado engañar una vez más.

La conquista de Gorazde demuestra nuevamente la estrategia de los serbios. Quieren redondear sus conquistas en Bosnia para tener el máximo de cartas en la mano cuando llegue el momento de la negociación. Su objetivo es -y siempre ha sido desde que comenzó la guerra- la Gran Serbia. Para ellos todos los acuerdos firmados, tanto de alto el fuego como de alejamiento de las armas pesadas o de prohibición de los vuelos, son puramente tácticos, meras estratagemas bélicas. Uno de los aspectos más graves de la caída de Gorazde es que, al poner de relieve la impotencia y confusión de la ONU y de los países occidentales, constituye un estímulo para los serbios a seguir aplicando sus métodos de conquista y de desprecio a los organismos internacionales.

La decisión tomada por la OTAN sobre el empleo de la aviación para imponer la defensa de Sarajevo fue un momento excepcional, que indicó una nueva voluntad política. Tuvo efecto, porque reflejaba una nueva energía. Pero ya volvemos a estar lejos de cualquier momento de decisión y firmeza. Resulta especialmente bochornoso que, según se revela, el representante de la ONU ofreció la retirada gradual del embargo contra Serbia a cambio de un mínimo repliegue en torno a Gorazde.

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También resulta cada vez más evidente que el papel de la diplomacia rusa en el problema bosnio tiene poco que ver con la búsqueda de una solución que ponga fin a las ambiciones territoriales serbias. Rusia parece defender el plan de conquista serbia, aun a cambio de sufrir ridículos diplomáticos como el del enviado Churkin, engañado por sus supuestos aliados igual que los occidentales. Y lo cierto es que ninguna potencia occidental, ni EE UU, ni Francia, ni el Reino Unido, parece dispuesta hoy a frenar esa Gran Serbia que se anuncia. Se preocupan de salvar a sus cascos azules cuando éstos son utilizados como rehenes, o de lograr pequeñas ventajas, pero no de poner en pie una política capaz de hacer frente a los planes de Serbia.

Para acabar aceptando los hechos consumados, consecuencia directa de una política basada en la expansión territorial, el terror contra civiles y la liquidación de la población por criterios de raza, más valdría prescindir de todo el bagaje moral, político e incluso militar que representa la ONU, con sus principios de paz, de respeto a los pueblos, a los derechos humanos y a la ley internacional. Porque el único efecto que pueden tener dos años de desprecio a esos principios es minar el respeto hacia una institución que debía crear, después del horror de la II Guerra Mundial, una base civilizada para la relación entre naciones.

Quien crea que cediendo ahora Gorazde al apetito serbio, como se les dejó conquistar partes de Croacia y Bosnia, pronto habrá paz en los Balcanes y la Gran Serbia que nazca de esta guerra se unirá como Estado abierto, pacífico y democrático al concierto de naciones, sabe muy poco de historia. Pronto habría muchos otros Gorazdes -en Bosnia, en Kosovo, Macedonia o la costa adriática- apetecidos por quienes ya están convencidos de que pueden desafiar y vencer a la comunidad internacional. Y los avances democratizadores de este Estado basado ya en la razón bélica y la supremacía racial ya los estamos viendo. Ayer, la colaboradora de EL PAÍS en Belgrado, Mirjana Tomic, fue el decimocuarto periodista al que el régimen serbio retira su acreditación en una semana. Regímenes como éste sólo frenan sus apetitos ante la firmeza. Desprecian la debilidad como sus guerreros en Gorazde desprecian a la ONU. Es de suponer que ni siquiera con mayor intensidad de lo que desprecian ya a Occidente sus víctimas.

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