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La siniestra ruleta

Los músculos se tensan. La adrenalina se dispara. El cuerpo -mucho, muchísimo antes que la mente- percibe el olor acre del peligro, reacciona y se encoge sobre sí mismo. ¡Cuerpo a tierra!, te gritan las entrañas. Una voz en tu interior te dice que, de todas formas, de poco puede servir tal maniobra si te ha llegado la hora. Parado frente al semáforo en rojo, bajo el monumento a Colón, rodeado de vehículos, no hay escapatoria. Te salva el azar. El azar de que la primera granada explote unos pocos metros sobre tu cabeza y no dentro del coche.Segundos antes, el tráfico serpentea perezoso por el paseo de Colom. Vienes del Ayuntamiento y te diriges al diario. Rutina. Hace calor y la cola no avanza. Al fin alcanzas el Gobierno Militar. Cerca, hay una ambulancia y dos vehículos policiales. Algo ha pasado, te dices, suponiendo que un accidente es la razón del embotellamiento. Pero aún no ha pasado nada.

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Un peatón muere en Barcelona en un atentado etarra

De repente, un sonido fuerte y seco rasga la mañana. Sólo después sabrás que la explosión se ha producido directamente sobre tu cabeza. A escasos ocho metros. Suficientemente cerca como para que sientas temblar la tierra. Todo el mundo se mira aterrorizado, y busca con la vista la causa del estrépito. Los conductores de más atrás deben de haber visto el impacto porque dan nerviosos bocinazos para que todo el mundo salga de la ratonera. Cuatro minutos después se oye la segunda explosión.

Ramón Llaca, jefe de prensa del Puerto de Barcelona, está en su despacho -situado frente al Gobierno Militar- y lo ve todo. En uno de esos coches parados ante el semáforo que pugnan por salir estás tú. Ve la primera granada explotar en la fachada del edificio militar, entre dos ventanas del primer piso. Ve el coche de los terroristas en el aparcamiento de los empleados del puerto, con los tubos lanzagranadas sobre el capó semicubiertos con un cartón. Ve el segundo fogonazo, y el proyectil cayendo sobre el paseo. Ve caer a un motorista: una de las nueve personas alcanzadas por la metralla. Una morirá. Podía haberte tocado a ti. Es la ruleta de los etarras.

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