Córtese las venas con productos nacionales
Hace poco Leguina apelaba a la sociedad civil para que ésta sacara las castañas del fuego a la política. La sociedad civil es como un chicle adelgazante, o sea, que sirve para todo, menos para lo que debería. Hombre, resulta que la sociedad civil ha sido un incordio para ustedes, para el PSOE, durante todos estos años, porque se quejaba cada vez que le lavaban las orejas, y ahora resulta que son los ciudadanos de a pie los que deben evitar que las multinacionales se vayan a Polonia.Es decir, que no compremos productos de Gillette. Nosotros, los gobernantes -vino a decir Leguina- no podemos hacer nada, pero ustedes pueden dejar de cortarse las venas con esa marca de cuchillas. Dijo más; dijo que sugería que consumamos productos madrileños. Yo no sé si quedan productos madrileños, ni siquiera españoles. He hecho una encuesta en mi mercado y los percebes venían de Canadá, los corderos de Francia, la merluza de Chile, y las coles de Bruselas. Ya sé que ustedes, los gobernantes de izquierdas, no pueden. hacer nada por controlar el movimiento de las multinacionales, en cierto modo son sus empleados, pero podían por lo menos explicar a la sociedad civil por qué los gobiernos de Occidente, incluido el suyo, permiten la práctica de la competencia desleal que supone vender, en Madrid o en Berlín, productos hechos con salarios de esclavo en países que ni aparecen en el mapa.
Ya sé que lo hacen en nombre de la libertad, que ustedes son muy liberales, pero es esa misma libertad la que produce un hecho reconocido por usted mismo: que la economía no esté dirigida por los gobiernos, sino "por los centros de decisión que mueven el dinero de un lado para otro". Lo que yo te decía: que los políticos no son sino el brazo armado del capital. Pero alguna responsabilidad, me parece a mí, tendrán los políticos en todo esto, aunque ustedes, los socialistas, continúen hablando de la crisis como si se tratara de un fenómeno atmosférico.
Y ya puestos a dar explicaciones, nos podía explicar usted cómo es posible que en nombre de la libertad se haga una planificación que recuerda la planificación estatal de la antigua Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. O sea, por qué hay que matar tantas vacas en Asturias, por poner un ejemplo. Como, en fin, se decide que la leche se produzca en Bélgica, los tomates en Holanda y las gillettes de suicidarse -que no están los tiempos para otra cosa en Polonia. Usted, que es novelista, podrá imaginar qué le sucedería si mañana decidieran que la novela es una industria pesada, contaminante, y que hay que desplazar su producción lejos de los cascos urbanos europeos. Imagínese que las novelas sólo se pudieran escribir en Taiwán, y que a usted le asignaran una cuota pequeña, con la que no pudiera escribir más que un cuento al año. ¿Qué haría cuando llegara la hora de escribir? ¿Qué cree que hace el campesino asturiano cuando llega la hora de ordeñar y no tiene vacas? Ya sé que la comunidad lo subvenciona casi lodo y que por cada vaca que liquidas te sueltan una pasta. ¿Pero desescribiría usted sus novelas, con lo que le ha costado criarlas, a cambio de una subvención? ¿Cómo se subvenciona, además, el ocio impuesto? ¿Cómo la falta de horizontes? ¿Es posible compensar la moral del trabajo con una subvención? Y los novelistas podemos, de un modo u otro, escribir en la clandestinidad. Pero ya me dirá usted cómo criar vacas clandestinamente, con el espacio que ocupan.
O sea, que muy bien lo de apelar a la sociedad civil cuando las multinacionales se escapan de nuestra comunidad. Pero este mundo inexplicable lo han diseñado ustedes en colaboración con ellas. No nos cuente novelas.
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