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Crítica:TEATRO - 'TRAICIÓN'
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Otra cultura

Pinter se ha representado poco en España: es escritor difícil. Gustaron películas sobre sus Obras, pero apenas trascendió su nombre por la injusticia básica de atribuirlo todo al director: La mujer del teniente francés, la aterradora El criado (The servant) o El mensajero han quedado Como éxitos de Losey y sus actores. La dificultad básica de hacer aquí a Pinter está en su naturaleza: es un hombre de idioma -su idioma-, de expresión corta y directa en la que, sin embargo, ha ambigüedad, misterio. Hijo de un sastre judío de origen español o portugués, Da Pinta, aprendió una finura de diálogo en ese, idioma como a veces lo aprenden los que vienen de otra cultura: mucho más que los aborígenes. No es una alusión gratuita: era un chico judío que vivía en una zona antisemita de Londres, y creía que un lenguaje oblicuo y que la evasión por el idioma era "una forma de supervivencia". Miraba a esos ingleses como si no fueran los suyos (claramente: como Wilde, Joyce, o Shaw, pero desde otro ángulo). Se hizo actor: aprendió de la alta comedia mucho más sobre esa clase, sobre esa amenaza invisible que hizo aparecer luego en toda su obra. Tan peculiar, que se le ha aplicado el juego de palabras de pinteresquismo para definirle.

Traición

De Harold Pinter. Versión: Álvaro del Amo. Intérpretes: Lola Mateos, Gerardo Giacinti, José Emilio Cuesta, Cipri Lodosa. Movimiento: Arnold Taraborrelli. Escenografía: Rafael Garrigós. Dirección: Francisco Vidal. Teatro Príncipe, Madrid.

Misterio

El primer problema está en traducirlo. Álvaro del Amo, en el caso de esta Traición (1978), hace todo lo posible por conservar el original, a costa de que le salgan anglicismos y, por tanto, algo lejano para un español a esa precisión de lenguaje que es la base del misterio que está en todo lo que sucede. Los actores tienen la misma dificultad en britanizarse y, una vez britanizados, volver a españolízarse para contar una historia a este público, al que se le oye reír muchas veces donde no debe: este problema de trío, esta Traición donde los traicionados son los tres (la ironía está, quizá, en que el adúltero, el seductor, sea la mayor víctima) les parece más gracioso que amenazador y sombrío. Creo que el director, Francisco Vidal, intenta españolizar algo; pero tampoco puede evitar los anglicismos escénicos de un mundo característico inglés al que se podría aplicar una definición que hacían los críticos marxistas del realismo: "Personajes típicos en situaciones típicas". Creo, no enteramente al margen de esta obra, que los actores españoles están dotados para interpretar cualquier cosa en un escenario, desde un cardenal a un cerdo, pero que nunca han sido capaces de hacer personajes ingleses. No son una excepción estos tres principales actores (el cuarto, Cipri Lodosa, interpreta un camarero italiano cómico, hasta grotesco, y la joven sala lo recibía como a un héroe), entre los que destaca Lola Mateo, naturalmente. Pero a Gerardo Giacinti y a José Emilio Cuesta les hemos visto interpretar muy bien unos papeles infinitamente más lejanos que éstos para su cultura, como por ejemplo los de La isla (dirigida también por Vidal): hacían más suyo ese otro oscuro misterio. Todos tropiezan con dificultades insalvables. Es una obra íntima, de duos, que choca con el escenario desabrido de este teatro que comparten con otra compañía que trabaja en otro horario, y no les cabe vestir la escena como conviene ni iluminarla como se debe. Los nueve cuadros de la obra requieren oscuros para las mutaciones, que alargan la espera; el intento del director de rellenar esos vacíos con música o ruidos, como tampoco la proyección de las fechas en que cada cuerpo de acción sucede tiene que cubrir la posible comprensión que da el diálogo mismo en lugar de acudir a medios más teatrales, menos distanciadores. Se pierde ritmo.

Sin embargo, se observa todo el tiempo que director y actores comprenden bien la obra, saben dónde están sus derivaciones del teatro del absurdo, la trampa de la realidad. Es injusto que se vean limitados por los medios; que sean los que empiezan y tratan de arrancar los que tengan que encontrarse con estos gigantes teatrales, con una obra de profundidad y de medias palabras; de esas características inglesas de la contención en las situaciones duras que aquí son tan difíciles.

La coincidencia con otros estrenos dejó esta excelente obra con poco público característico de estreno, y la dejó, sobre todo, en manos de espectadores muy jóvenes, y sus risas y sus comentarios en las escenas que les parecían comprometidas. Eso sí, fueron enormemente generosos para con sus compañeros y para la dirección de la obra.

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