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Un interminable odio tribal

El asesinato de los presidentes de Ruanda y Burundi va a avivar de nuevo las rivalidades interétnicas en estos dos países del centro de África donde hutus y tutsis no han dejado de odiarse y combartirse desde hace decenios.Los hutus, de origen bantú, constituyen aproximadamente el 85% de los 5,6 millones de habitantes de Burundi, pero tradicionalmente se han visto apartados del poder. Los tutsis, en cambio, han controlado tanto el poder político como Militar a pesar de encontrarse en franca minoría. Ambas etnias hablan el mismo idioma y no existe una clara línea de demarcación territorial entre ellos, pero la discriminación de los primeros por los segundos ha sido durante mucho tiempo la regla tras la independencia de la metrópoli belga en 1961.

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Los primeros enfrentamientos graves se produjeron en 1972 en Burundi, cuando los hutus se sublevaron contra la dominación de la que eran víctimas. Se calcula que no menos de 100.000 de ellos murieron entonces. En 1988, otra revuelta hutu en la frontera con Ruanda fue reprimida por el Ejército, que mató a unos 5.000 campesinos.

El año pasado, las primeras elecciones realmente democráticas en Burundi permitieron el acceso al poder de un hutu, Melchior Ndadaye. El nuevo presidente, sin embargo, fue asesinado el pasado mes de octubre, cuando el Ejército, que sigue en manos de los tutsis, intentó hacerse con el poder. Este golpe fallido provocó nuevos enfrentamientos sangrientos entre las dos etnias y creó medio millón de refugiados.

En la vecina Ruanda, donde también dominan los tutsis a pesar de su carácter minoritario, los choques han sido igualmente frecuentes, en especial a partir de 1990, cuando una guerrilla dominada por los hutus penetró en el país desde Uganda para intentar derrocar al Gobierno. La guerra civil sigue de manera latente y se estima que un millón de ruandeses -sobre una población total de 7,1 millones- han abandonar sus hogares.

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