España en el corazón, y en el cráneo
La mañana del 20 de marzo salí de Tánger para Algeciras a fin de renovar mi visado de entrada en Marruecos tras la expiración del plazo de los tres meses reglamentarios.No tenía visado español por la simple razón de que fue suprimido para los omaníes después de la visita del rey Juan Carlos al Sultanato de Omán hace seis o siete años.
Entregué mi pasaporte a la policía española como los demás pasajeros y me quedé esperando. Al principio creí que se trataba de algo rutinario. Sólo al principio. Porque después me condujeron a un cuartucho y me encerraron en él sin explicaciones. Esta situación absurda y humillante duró dos horas. Al cabo, llamé a la puerta. Acudieron y me rodearon cuatro policías. "¿Por qué estoy aquí?". Silencio. Entonces dije aún en un inglés comprensible para ellos: "Yo no necesito visado". De nuevo la callada por respuesta. Insistí: "Ya no quiero entrar en España. Devuélvanme el pasaporte". Esta vez su respuesta fue contundente: dos golpes de porra, uno en la nuca y otro en la frente. Y, de nuevo, me empujaron al cuartucho.
A las tres de la tarde fui entregado a la policía marroquí. Pregunté al agente de ésta a quien le correspondía la tarea de acogerme: "¿Por qué me han partido la cabeza con sus Porras?". Respuesta, en una mezcla burlona de español y francés: "Cosas de la policía".
Hace meses fui a Canarias sin visado ni problema alguno. Pero ésta era mi primera visita a la Península: un viaje en el que siempre había soñado. Escribí incluso un poema durante mi travesía en el barco. Me sentía cerca de España. Ahora la siento lejos. El título del poema, tomado de Neruda, era España en el corazón. Ahora su huella me marca el cráneo. Poeta.
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