Libertad y necesidad de Octavio Paz
(En los 80 años del poeta.
31 de marzo)
Vivimos perdidos en multitudes, que nunca sirven de punto de referencia, sino que aumentan nuestro desconcierto y abandono. Sólo algunas per sonas, escasas e irrepetibles, saben orientarnos, o al menos acompanan con dignidad nuestras perplejas urgencias. A esto se refería sin duda André Gide cuando respondió a quienes inquirían cuál era la tarea intelectual que se propuso: "He querido ser el contemporáneo esencial". Es decir, no quien tiene la clave de los tiempos, sino quien mejor re fleja su pulso. El contemporáneo esencial es imprescindible en sus aciertos y entrañable en sus errores; aunque no compartamos sus fobias ni sus fi lias, las encontramos siempre inspiradoras, estimulantes, tónicas. El contemporáneo esencial no está a nuestro nivel, seamos cuerdamente modestos, pero en él reconocemos nuestro nivel: cuando estamos a punto de zozobrar, nos equilibra, pero también sabe de volvernos al ajetreo de las olas cuando creemos haber alcanzado la estabilidad y sólo he mos encallado. ¿Progresista o conservador? En todo caso, lo suficientemente progresista para escapar de la pedantería gazmoña que disfraza la brutalidad y lo suficientemente conservador como para superar la insolencia estéril... que también encubre lo brutal. Entre los cinco o seis contemporáneos esenciales que en el siglo XX hemos tenido los lectores de habla hispana, ninguno más completo, ni a mi juicio más indiscutible, que Octavio Paz. En primer lugar, por la extensión y disposición cronológica de su vida, que se amolda a los altibajos a veces vertiginosos de la centuria con la misma propiedad que aquel mapa soñado por Borges, cuyo relieve y tamaño duplicaban exactamente los perfiles del territorio que pretendía cartografiar. En segundo lugar, por la pluralidad y perspicacia de sus afanes: de la creación poética al ensayo literario, filosófico y político; desde el surrealismo y las vanguardias hasta la antropología estructural y la cosmología del Big Bang; de lo más estrictamente local al exotismo más cosmopolita; del análisis de la tradición a la denuncia y militancia de la historia; de la leyenda histórica de México o de los trovadores provenzales hasta las temibles mitologías de la guerra civil española, los campos de concentración o la modernidad democrática; del ámbito de lo mas íntimo a las implicaciones de lo más público: el erotismo y la ciudadanía, las drogas y el totalitarismo, la alcoba y la plaza, la lira y el arco... Pero también, en tercer lugar, por la hostilidad vocinglera que suelen despertar sus intervenciones públicas: reacciones a veces legítimamente polémicas, pero las más selladas con sectarismo o ignorancia, como se hizo patente en España cuando Paz formuló ante las posibles implicaciones siniestras del levantamiento de Chiapas ciertas cautelas que criminales acontecimientos posteriores se han encargado desdichadamente de reforzar.
Su hasta ahora último libro, La llama doble, sirve como privilegiado emblema de toda su trayectoria. Es un ensayo sobre el amor y el erotismo en el que se habla de Catulo y Cao Xuequin, se discute con Dénis de Rougemont y tampoco faltan incursiones sobre el origen del universo o las probabilidades de la inteligencia artificial. No es una obra concluyente y cerrada ni una fabricación académica de esas que no se proponen hacer saber algo, sino sólo asegurar que su autor sabe algo: siguiendo sus meandros a veces desconcertantes, la impresión que tiene el lector es la de encontrarse permanentemente en la compañía inteligente de una inquietud vivida y siempre en expansión. Tal es la mejor definición que señala al contemporáneo esencial antes apuntado: una inteligencia que acompaña. En una de las páginas de La llama doble dedicada a la dialéctica entre libertad y necesidad se concluye con una fórmula que es algo más que feliz por su tino y economía: "A sabiendas de que enunciamos una paradoja, podemos decir que la libertad es una dimensión de la necesidad". Todo el riesgo de una vida reflexiva y de una creación sin desesperación ni complacencia se condensa en esta fórmula. No es un lema para escribir en ninguna bandera, sino algo que da que pensar. Dar que pensar, invocar al sentimiento y al intelecto, fijarnos sin dejar de exigirnos movimiento: tal ha sido la oferta de Octavio Paz a sus contemporáneos de este siglo a lo largo de sus primeros ochenta años de vida. No siempre nos ha dado la razón, no siempre se la hemos dado: pero es la pasión de la razón la que nos ha unido, y la razón de las pasiones y también -oriente y occidente- la pasión racional de la compasión.
es catedrático de Filosofía de la Universidad Complutense de Madrid.
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