Islam y política
No hay un islam único. Los gobiernos musulmanes pueden ser totalitarios o liberales, progresistas o enquistados
Los primeros estudios etnológicos llevados a cabo sobre el islam argelino por los franceses durante el reinado de Napoleón III -obra de militares y administradores como Louis Rinn y Depont y Coppolani-, aunque explícitamente destinados al repertorio y clasificación de sus distintas corrientes y sensibilidades en función de su oposición o acatamiento al poder colonial, son un instrumento precioso para el conocimiento de la sociedad árabo-bereber tras la caída del beylicato otomano. Las cofradías sufíes, romerías a las tumbas de los santos, poderes de los morabos, división del país en tribus majcén y tribus libres, privilegios e influencia de la nobleza religiosa (chorfa), etcétera, muestran un notable parecido con los del imperio jerifiano: la realidad de un islam popular, supersticioso y pragmático contra el que se estrellaron en vano en, Marruecos los esfuerzos purificadores de la salafia. Los franceses trataron de suprimir por todos los medios esta espontaneidad y "fanatismo" -palabra comodín que designaba tanto -el sentimiento nacional oprimido como la existencia de unas cofradías y zagüias "anárquicas" y opuestas a la modernización- en favor de un islam oficial, controlado y sumiso. Mientras las insurrecciones de algunos jeques de 1871 y 1881 eran oprimidas sin piedad, la Administración colonial compró la lealtad de numerosas familias marabútica y chorfa, convirtiendo a sus miembros en caídes, imanes y agentes intermediarios a su servicio. El proyecto modernizador implicaba el mantenimiento de un islam tutelado en el marco de un Estado jacobino y laico, la desarabización cultural progresiva y el desarraigo de los mitos y símbolos populares identificatorios. Pero este proceso de occidentalización tenía unos límites: los que marcaba la colonización. La modernización no procuraba ni podía procurar la igualdad entre colonizadores y colonizados. El movimiento asimilacionista argelino, encabezado después de la I Guerra Mundial por un nieto del emir Abdelkader, tropezó con la tajante oposición de Francia. El lema republicano -libertad, igualdad, fraternidad- valía para la metrópoli, no para sus departamentos norteafricanos. Las contradicciones e iniquidades de la presencia colonial francesa tuvieron consecuencias perdurables: cortaron a las clases populares argelinas de sus raíces tradicionales sin integrarlas no obstante en un Estado de ciudadanos iguales en derechos y deberes. La burguesía urbana y las élites afrancesadas lucharon durante más de dos décadas por la igualdad legal, luego por la autonomía y al fin por la interdependencia en el marco de la República Francesa: ésa fue más o menos la evolución política de personalidades como Ferhat Abás. La negativa obstinada de París, dictada por la ceguera suicida de los pied-noirs, abrió con Mesali Hadj y luego el FLN el camino a la independencia.La empresa de desarticular la personalidad cultural y religiosa argelina se prolongó durante más de un siglo. Todavía en los años treinta, Emile Dermengheim describe con singular viveza el culto a los santos y ceremonias sufíes en diferentes lugares del país, en unos términos que me recuerdan experiencias similares vividas hoy en Marruecos. El bello santuario de Sidi Bumedián, el gran místico andalusí enterrado en Tremecén, eslabón esencial de la silsila o cadena iniciática de la mayoría de cofradías magrebíes y patrono de la ciudad -autor asimismo de populares casidas y zéjeles, cuyo repertorio integró más tarde el melhún-, atraía aún a su vasto recinto -una de las obras maestras del arte almohade- a millares de fieles; en la aldea homónima próxima a él se congregaban igualmente al fin de Ramadán, en la fiesta de Aid el Kebir y en la conmemoración del nacimiento del Profeta impresionantes procesiones de cofrades con sus instrumentos musicales y danzas extáticas. El objetivo de crear una élite afrancesada como mera correa de transmisión del poder colonial iba a la par con el encuadre y promoción exclusiva de un islam instrumental, estipendiado por el Estado. Menospreciado por el modernismo y los nuevos valores laicos, la piedad popular afloraba como expresión de una identidad reprimida pero vigorosa e intensa. Quienes acapararon el poder en Argelia a partir de la dimisión de Ben Jeda en septiembre de 1962, completaron a su vez en nombre del progreso y el socialismo esta labor destructora: las romerías a Sidi Abderrahmán Tsaalibi patrono de Argel; a Sidi M'hamed en Belcourt; a Sidi Meyebar en Buzarca fueron objeto de trabas burocráticas o sencillamente prohibidas. La República Argelina Democrática y Popular quería también como Francia un islam oficial y formal, libre de las manifestaciones religiosas "oscurantistas" de los medios rurales y atrasados que pronto iban a ser sacudidos por la desastrosa revolución agraria y obligados a emigrar y hacinarse en los suburbios de las grandes ciudades. En 1991, durante el rodaje de un filme en Orán, mis amigos de la Facultad de Letras me revelaron que las asambleas y actos de culto en torno a la tumba de su santo patrono no recibieron autorización municipal sino en 1989, después de la reciente insurrección de octubre. Desde entonces, el incendio por miembros del FIS de varios mausoleos y ermitas -Sidi Kada en Mascara, Sidi M'hmed Benauda en Rezilán, etcétera -además de los daños sufridos por los de Argel y otras urbes- muestra que el designio de aculturación prosigue desdichadamente su labor con ropajes distintos. Muchas veces, a la lectura de los acontecimientos de una Argelia en vías de autodevastación y afectada por grandes problemas de identidad tras los sucesivos despotismos supuestamente ilustrados que la gobernaron, he rememorado las palabras lúcidas y premonitorias de Dermengheim: "La renovación y el progreso del islam no se conseguirán por préstamos meramente externos ni por el repliegue a unos valores simplemente formales sino por una vivificación de sus valores más hondos. Los adversarios del culto de los santos realizan sin duda un meritorio esfuerzo de liberación, instrucción, purificación; pero alejarse de los hontanares de la vida profunda lleva consigo el riesgo de no depurar sino conducir a extravíos graves: el sustrato emotivo colectivo, comprimido así, tenderá a desquitarse con furia ciega". Esto fue escrito hace más de medio siglo: los sucesos de hoy revelan con crudeza su actualidad abrumadora.
Contrariamente a lo que se cree, no es el islam el que ha incorporado en su seno las ideologías del mundo occidental y los valores que vehiculan: han sido aquéllas quienes se han servido de él para ilustrar la validez de sus principios liberales, democráticos o socialistas. En el mundo árabe, las doctrinas modernizadoras y laicas no brotaron comoen Europa de sus propias sociedades: llegaron desde fuera, a la sombra de un poder imperial que las aplicaba en la metrópoli pero las rehusaba a los pueblos colonizados o "protegidos".
En el mundo árabe,las doctrinas laicas llegaron desde fuera, a la sombra del imperioDesde el fínal de los setenta, la afirmación política del islam encubre sus valores espirituales
imponerlas con éxito, los líderes modernizadores de la independencia recurrieron a alhadices y citas extraídas de azoras coránicas. Naser y Bumedián son los mejores ejemplos de esta manipulación. Así, los dirigentes nacionalistas y "socialistas" de los sesenta y setenta tenían al menos un punto en común con sus rivales tradicionalistas y conservadores: el de invocar la religión a fin de no alejarse de las masas.
Recordémoslo: no hay un islam único. Los gobiernos musulmanes pueden ser totalitarios o liberales, adeptos a las ideas de progreso social o enquistados en una tradición anacrónica y rígida. Mientras el Corán justifica la legitimidad de las monarquías tradicionales, ya sea en su vertiente abierta (Marruecos, Jordania), ya fundamentalista (Arabia Saudí), servía asimismo de caución a los enemigos más encarnizados de ambas (Argelia, Egipto). Unos subrayaban sus aspectos comunitarios y solidarios; otras, el respeto a la Sunna y los valores quietistas. En general, los "conservadores" abogan por la adopción de los progresos técnicos, materiales y científicos sin abandonar por ello el retorno a las fuentes identitarias religiosas y culturales,
purificadas" de todo contagio occidental. El Japón es citado a menudo de ejemplo de conciliación de dicha aparente dicotomía.
La Asociación de los Ulemas argelinos, creada en 1931 por el jeque Ben Badis, inició un movimiento reformista cuya influencia se extiende hasta el comienzo de la insurrección: dicho movimiento, emparentado a la salafía marroquí, se abrió más tarde a las corrientes populistas inspiradas en las doctrinas de Hasan el Bana, fundador del movimiento de los Hermanos Musulmanes. La lucha por la independencia obligó ab initio a sus líderes a valerse del islam como un banderín de enganche: la guerra con Francia fue así una empresa nacional, a la vez patriótica y musulmana, contra la opresión del nesrani (identificación religiosa del europeo). Aunque la Federación de Francia del FLN propugnaba, con el apoyo de Budiaf, la creación de un Estado laico, su propuesta fue descartada por las mismas razones por las que, décadas antes, el Gobierno de París rehusó la aplicación a los musulmanes de la ley de 1904 tocante a la separación del culto y del Estado, solicitada por los ulemas con objeto de crear un espacio religioso autónomo. Al proclamar en 1962 el islam "religión de Estado", los líderes del FLN querían asegurarse la gestión y orientación de los asuntos religiosos: los imanes debían ser funcionarios. Las mezquitas y fundaciones piadosas tenían que colaborar en las campañas de alfabetización del régimen y asumir la convergencia de objetivos entre el progresismo tercermundista y el Libro revelado.
Quienes creían a pies juntillas en el socialismo de Bumedián no comprendían que era una respuesta capitalista a la ausencia o casi ausencia de capitalismo: la creación de un capitalismo de Estado encargado de, llevar a cabo la industrialización y modernización de la sociedad argelina. La oligarquía político-financiera surgida a la sombra del partido único reflejaba en su forma de vida, desde sus comienzos, el materialismo más craso. Ajena a todas las tradiciones culturales y religiosas barridas por la colonización francesa y las tres décadas de dictadura y corrupción del FLN, no consagra una parte de su fortuna, como los chorfa o notables de antaño, a fundaciones piadosas, medersas o bibliotecas: la destina a la adquisición de villas, automóviles, viajes a Francia, exhibición de un lujo insultante, frecuentación de casinos y clubes nocturnos. El contraste entre su tren de vida y el de las masas marginadas que se apretujan en los barrios pobres de las ciudades y las chabolas del extrarradio resulta insoportable a estas últimas. El " socialismo", empiezan a decir en voz alta, es un truco inventado por la nomenklatura para sustituir a los colonos en sus puestos de mando. El "partido francés" -en cuya lengua se expresan de preferencia los privilegiados se ve así equiparado a los piednoirs y sus harkis. Para los jóvenes nacidos después de la independencia, la lucha por ésta abre un nuevo capítulo: en adelante, todo se ventila entre argelinos.
Desde el final de los setenta, la afirmación del islam en términos políticos encubre hasta solaparlos sus valores espirituales, culturales e históricos. La referencia a la sharia y la Sunna -o a los santos imanes en el chiismo iraní- pasa a ser el elemento fundamental y legitimizador de todo proyecto de gobierno. En otras palabras, el islam concebido como fe, vivencia íntima o ética personal es sustituido con una doctrina simplificadora que descuida el esfuerzo de interpretación individual del texto coránico y se limita a condenar por "impíos" a los regímenes en el poder. Por un tiempo, el nacionalismo había mezclado la nostalgia del pasado y la esperanza revolucionaria en un mundo más justo. Desvanecida la última tras el eclipse y fracaso de los líderes militares
socialistas" (Naser, Bumedián), los sectores marginados por una modernidad calcada de Occidente, se aferran a la primera para salir del desamparo social y cultural en los que descaecen. La marea humana de fieles postrados en El Cairo o Argel en los aledaños de las mezquitas que tanto inquieta a los occidentales es menos una expresión de fervor que una manifestación de protesta. La ignorancia o rechazo de la gran cultura árabe en su doble vertiente mística y racionalista -tan manifiestos tanto en el wahabismo saudí como en el islamismo argelino- se compensa con la reducción del campo religioso a la práctica externa y la estricta aplicación de los preceptos coránicos (prohibición del consumo de alcohol, normas vestimentarias, etcétera). Siempre que he mencionado este empobrecimiento -el privilegio al mensaje social y político en mengua de la rica y compleja dimensión poética, teológica y contemplativa- a algún simpatizante o miembro del FIS su respuesta ha sido evasiva: "Nuestro pueblo pide pan y justicia, no leer a Ibn Jaldún o Ibn, Arabí".
La subordinación del islam oficial al régimen concluye con la muerte de Bumedián. Una nueva generación de imanes, influida por las corrientes islamistas radicales, implantó su apostolado en los barrios desheredados que surgían alrededor de las grandes urbes, creó centenares de mezquitas u oratorios con o sin autorización estatal, convirtió la lucha contra la corrupción, "decadencia de costumbres" y arabización integral del país en su nuevo caballo de batalla. El poder había jugado hábilmente hasta entonces una política de equilibrio entre los marxistas que compondrían luego el PAGS (Partido de Vanguardia Socialista) y los islamistas, cediendo terreno a éstos cuando las circunstancias lo aconsejaban (verbigracia, la elaboración de un Código de la Familia sumamente conservador). Este juego de equilibrio se rompió con la entrada en el espacio político de las masas de excluidos encuadrados por el FIS. En 1982, la ruptura entre éste y el FLN se consuma: Sultani, Sahnún, Abasi Madani ingresan por primera vez en la cárcel. El nombre de este último, desconocido hasta entonces, pronto alcanzará la celebridad.
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