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La máquina de matar duerme, pero engrasada

Jorge A. Rodríguez

Ya sólo quedan la líneas excavadas de trincheras en perfecto estado de uso para que en cualquier momento todo vuelva a empezar. Ahora no hay tiros en Potoci, un pueblo a muy pocos kilómetros al norte de Mostar donde hasta hace unos días croatas y musulmanes se miraban de frente con sus armas a apenas 15 metros de distancia los unos de los otros. En medio de ambas líneas queda la carretera M-17, por la que hasta hace poco los blindados españoles pasaban cerrados a cal y canto por miedo al fuego cruzado. Ahora los soldados de la Agrupación Madrid van como en descapotable con el casco azul al viento.Potoci era un puñado de casas camino de Jablanica, un pueblo de nada con cuatro vacas y varias naves industriales encajonadas entre montañas. Ahora sólo quedan las vacas. Todo lo demás ha sido concienzudamente bombardeado y reducido a escombros.

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En este enclave que domina la carretera que une Mostar y Sarajevo, vía Jablanica, se libraron cruentos combates para mantener el control de la ruta, combates que dejaron de tener sentido cuando, un poco más al norte, fue volado el puente de Bijela, que daba continuidad a la carretera por encima del Neretva.

Las acometidas de los combatientes han dejado la línea del frente como un diente de sierra. Veinte metros son bosnios, 20 croatas, y así sucesivamente hasta el puente. Las banderas de la Armija (Ejército bosnio, de mayoría musulmana) se suceden después de las del HVO (Consejo de Defensa Croata), y a cada lado, profundas trincheras, nidos de ametralladoras y pozos de tiradores. En algunas de ellas hay soldados que saludan con el kaláshnikov omnipresente. "Por ahora no se han vuelto a disparar, e incluso se hablan de lado a lado y se pasan botellas de rakia [aguardiente local]", admiten los militares españoles en Bosnia. Pero toda la infraestructura para matar está lista para volver a ser usada. Todo lo contrario que la infraestructura civil, que no existe, ha sido sepultada a cañonazos o convertida en cementerios.Turistas blindados

Las patrullas de blindados españoles pasan ahora por ambas líneas como si nada y van comentando cosas como "mira qué agujeros tiene esa casa" o "aquí se zurraron de lo lindo". Parece que la guerra en Potoci es lejana y apenas lleva en letargo un mes, pero los cascos azules no pasan por esta carretera entre dos frentes por gusto ni dejan de tomar precauciones. Chaleco antibalas y casco los llevan siempre, y no se salen un milímetro de la calzada. "Fuera del asfalto, en los caminos laterales, hay minas", comentan.

Van hasta el destacamento de Bijela, que da protección al transbordador, gobernado por cascos azules eslovacos, que salva el Neretva a falta del dinamitado puente. Una barcaza de pontones empujada por lanchas que salvan en 25 minutos el kilómetro de río que antes se cubría en cinco minutos por carretera.

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Sobre la firma

Jorge A. Rodríguez
Redactor jefe digital en España y profesor de la Escuela de Periodismo UAM-EL PAÍS. Debutó en el Diario Sur de Málaga, siguió en RNE, pasó a la agencia OTR Press (Grupo Z) y llegó a EL PAÍS. Ha cubierto íntegros casos como el 11-M, el final de ETA, Arny, el naufragio del 'Prestige', los disturbios del Ejido... y muchos crímenes (jorgear@elpais.es)

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