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Tribuna
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Un despotismo sin lustre

El paso del despotismo a la libertad requiere que el poderoso se someta a la ley, al derecho. Cuando se alcanza esa situación, los individuos han cruzado la línea divisoria entre el súbdito y el ciudadano. Todo eso de los derechos fundamentales, las libertades y demás, va por ahí: la sujeción del príncipe, del titular del poder, al derecho.El príncipe no es, ahora, una persona, sino un conjunto variadísimo de órganos e instituciones: el príncipe son las cámaras legislativas, y las administraciones públicas, y el sinfín de jueces y tribunales. Están sometidos al derecho. Incluso aquellos órganos del poder que hacen el derecho están sujetos al derecho que, en los casos más notorios, se han dado a sí mismos. Y mientras la realidad no se identifique con esta construcción, el ciudadano no lo es plenamente, y tiene mucho más de súbdito y el poder más de despótico.

Pues resulta que los que hacen las leyes y fuerzan su aplicación en el ejercicio de eso que se llama la violencia legítima con frecuencia incumplen las leyes que se han dado para su gobierno, y libertad y seguridad de los ciudadanos. Es lógico pensar que si no cumplen la ley, alguien les obligará a hacerlo. Es lo que se le ocurre a cualquier sujeto, que sabe que su vía cívico-terrenal está flanqueada de conminaciones y sanciones; y supone que esa violencia está prevista para todos. Y así pasa muchas veces. Pero hay ocasiones en que no; la ley no se cumple por sus autores, y otros órganos de poder, y no pasa más que eso, que no se cumple. La ley dice que el Defensor del, Pueblo debía estar nombrado hace más de un año. También dice que deben cubrirse las vacantes del Consejo del Poder Judicial en un cierto plazo, y las del Tribunal Constitucional, y pasa el plazo y siguen vacantes. También dice la ley que ciertos gastos públicos no pueden exceder de topes que tienen relación con la cantidad presupuestada, y, sin embargo, exceden. Y que todas las entidades públicas deben rendir cuentas al Tribunal de Cuentas, y algunas no lo hacen. Y que los Ayuntamientos y el mismo Estado tienen que pagar la factura de la luz y del teléfono, y no pagan. Y las administraciones incumplen, con frecuencia, plazos para instruir y resolver. Y para devolver. Y contratan a dedo cuando está mandado concurso o subasta. Y dejan de pagar a los contratistas cuando y como les apetece. Y a veces no son escrupulosos, ni medianamente cumplidores, en el desempeño de sus obligaciones contables. Y para que seguir.

El incumplimiento de la ley por parte del príncipe, sin que pase nada, es precisamente lo que pasa. Y eso que se la ponen cómoda, no se vaya a pensar que es como la que usted y yo tenemos encima. Y así siempre hay plazos preclusivos para recurrir, pero no tanto para resolver. Y los bienes de los Entes públicos son inembargables, y así se ríen de los acreedores; y la Administración no tiene que acudir a los Tribunales para ejecutar sus créditos; no se ponen sanción por no hacerlos nombramientos en plazo, legal; y ejecutan las sentencias en su contra cuando les viene a mano; y más cosas, que la ley no es igual para todos: lo que justifican diciendo que ellos representan el "bien público", mientras que los demás somos defensores de nuestro vil, bien particular.

Pues, a pesar de todo, con frecuencia no cumplen. Eso sí, predican mucho, cosa a la que son muy dados. Pero, al margen de sermones, podrían tener alguna consideración con el sistema que regulan, desempeñan y sostienen. A veces el que hace la ley se prepara la trampa. Pero hay algo más sencillo. El que hace la ley no la cumple, y basta. Así suele decirse de las instituciones que son poco serias. Y, además, por eso mismo, son despóticas; no crean que estoy exagerando; ¿no hemos dicho que la sujeción del príncipe a la ley es la prueba de la ausencia de despotismo? Eso sí, es un despotismo cutre, romo, sin brillo. Propio de déspotas pequeños, entre presuntuosos, por lo de encarar la cosa pública, e irresponsables.

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