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La geopolítica, ¿otra forma de ver el mundo?

Proscrita tras la II Guerra Mundial como consecuencia de la perversión geográfica que representó la escuela alemana de Geopolitik por la colaboración que brindó a la política exterior -expansionista y agresiva- del III Reich, la geopolítica fue objeto de una suerte de tabú. Después de un eclipse de varios decenios, empero viene manifestándose, sobre todo en el mundo occidental y también, aunque en desigual medida, en diversos países de otras regiones, un interés creciente por el análisis geopolítico de la realidad internacional. En este sentido, se habla ya de un renacimiento de la geopolítica como disciplina científica que trata de aportar una nueva forma de ver el mundo y como campo de investigación. El final de la guerra fría, el derrumbamiento del bloque socialista y la desaparición de la Unión Soviética -y con ellos el advenimiento de casi dos docenas de nuevos Estados, con su corolario de reivindicaciones territoriales-, el peso cada vez más fuerte de las corporaciones transnacionales en la economía del sistema-mundo, ya globalizada e interdependiente, y asimismo, y no menos, las incertidumbres que se ciernen sobre el orden internacional, son otros tantos hechos y situaciones de la realidad presente, a cuya comprensión cabal puede coadyuvar sin duda el análisis geopolítico.La recuperación del término geopolítica -ya usado como sustantivo, ya como adjetivo- se debe en muy grande medida, especialmente desde los años ochenta, a los medios de comunicación social. Más aún: con mucha frecuencia se ofrecen en la prensa exposiciones de los problemas y situaciones que están cargadas de sentido geopolítico. (Por cierto, y sin ir más lejos, en EL PAÍS del pasado día 10 de febrero se incluía un suplemento monográfico, Mandar en el mundo, que constituye un buen ejemplo a este respecto). Por otro lado, la prensa, la radio y la televisión, tanto por su capacidad para crear estados de opinión como para influir en los debates de la opinión pública, vienen desempeñando un papel ciertamente relevante como verdaderos factores geopolíticos, sean o no conscientes de ello.

Pero el auge del término no es sólo imputable al uso abundante que de él vienen haciendo los periodistas, sobre todo allí donde hay libertad de prensa. En efecto, no faltan ya intelectuales que lo empleen. Y en el ámbito universitario, si bien todavía no han desaparecido ciertas reticencias o actitudes precautorias -particularmente entre los cultivadores de las ciencias sociales-, no es menos cierto que el número de geógrafos, historiadores, politólogos y especialistas en relaciones internacionales que consideran que la geopolítica aporta un enfoque científico original va en aumento. Por otra parte, este renacimiento de la geopolítica no sería comprensible sin la existencia de algunas revistas científicas y ciertas editoriales que han hecho una apuesta decidida en favor del desarrollo de su temática. La buena acogida y la amplia difusión que estas publicaciones están teniendo demuestran claramente que los análisis geopolíticos que ofrecen conectan con las demandas de la sociedad civil en este mundo finisecular y son, además, de utilidad para los actores políticos. Así, por poner, un ejemplo, el éxito editorial del Atlas stratégique, de G. Chaliand y J. P. Rageau (cuatro ediciones en 10 años y varias traducciones) revela una nueva sensibilidad del gran público por la geopolítica de las relaciones de fuerza en el mundo. Así también, el gran predicamento del que gozan algunas revistas especializadas en los medios más diversos pone de manifiesto igualmente la necesidad de su aparición y probablemente habrá de asegurar su permanencia en el mercado. Entre éstas recordemos la británica Political Geography (de 1982 a 1992, Political Geography Quarterly), dirigida por Peter J. Taylor, uno de los geógrafos políticos más brillantes y renovadores, que desde sus primeros números abriría sus páginas a los análisis geopolíticos, con no pocas aportaciones de valor singular. Y muy particularmente la francesa Hérodote, en la que desde 1976 un grupo de geógrafos y otros científicos sociales, capitaneados por Yves Lacoste, que encarnan la versión más progresista de la geopolítica, se han unido para dar una visión amplia y comprometida de la realidad geopolítica merced a una concepción nueva y global de los problemas y situaciones geopolíticas. El año pasado, por último, ha salido a la luz la italiana Limes, al frente de la cual están dos conocidos especialistas, el italiano Luca Caracciolo y el francés Michel Korinman, y cuya línea editorial se ha expresado firmemente en favor de la geopolítica volcada a la causa de la paz.

Los esfuerzos de Lacoste en pro de la geopolítica y de su rehabilitación, a los que no son ajenas unas cuantas obras suyas de gran originalidad, han culminado recientemente con la dirección de un diccionario monumental, en el que junto a sus compañeros de Hérodote se han asociado especialistas de diversas disciplinas (casi una cincuentena entre autores y colaboradores). Este diccionario, donde tienen amplia cabida y explicación cumplida tanto las situaciones como las ideas geopolíticas, está cimentado en dos pilares, la objetividad y la eficacia. Y aunque sólo fuera por ello, sería acreedor de un doble agradecimiento: porque la primera condición es tanto más necesaria cuanto que ha sido harto rara en un ámbito como el geopolítico; y porque para responder a la segunda, sólo mediante la presentación de las tesis contradictorias de los protagonistas, es posible entender mejor cierto número de conflictos y, sobre todo, cómo son susceptibles de evolucionar con arreglo a escenarios diferentes. Además, su tratamiento temático es muy completo. No solamente abarca las relaciones interestatales, ya a escala planetaria, ya a la de los grandes conjuntos geopolíticos, esto es, la geopolítica del sistema político cerrado del que hablara Mackinder (1904). Incluye, asimismo, las características, los conflictos y los problemas propios de los Estados desde el punto de vista de las rivalidades, territoriales y de todo tipo, entre los distintos poderes que coexisten en el seno de un mismo Estado. O por decirlo con expresiones acuñadas por Lacoste hace algunos años, "la geopolítica externa y la geopolítica interna".

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Si un diccionario es un utensilio para luchar contra la ignorancia -y probablemente cabría seguir afirmando que "el coste de la ignorancia geográfica es inconmensurable" (Mackinder)-, y si la geopolítica es, por su parte, una buena herramienta para comprender el mundo -convengamos con la geógrafa francesa Giblin, miembro fundador de Hérodote-, o, si se prefiere, un medio para estudiar cómo y para qué finalidad funciona ese mecanismo de engranaje frágil que es el mundo, geopolíticamente hablando, como señalaron los geógrafos británicos East y Prescott (1975), habremos forzosamente de concluir que este diccionario es una obra necesaria y un acierto editorial. Y no menos también, un aporte a "la formación de un estado de ánimo que ayudará en la búsqueda de una solución pacífica de ciertos conflictos", como asegura Lacoste en el preámbulo.

Un diccionario, en fin, sin parangón en este campo del conocimiento, que bien merecería ser traducido al castellano. Lectores no habrán de faltar.

Jesús J. Oya es profesor de la Facultad de Ciencias Políticas de la Universidad Complutense.

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